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martes, 24 de abril de 2012

DESDE MI TEMPLO VIRTUAL

por  Sonia Echezuria.



Aquí estamos, inmersos en una ceremonia interreligiosa virtual, ayudándonos a recordar que encarnamos a Dios, el Único, el Irrepetible. ¡Este espacio virtual está lleno de Dios! Tenemos rostros diferentes que responden a nombres distintos, pero cada uno de nosotros es un pedacito de ese cielo que nos envuelve a todos, un rayo de luz del astro que nos ilumina, una chispa de ese fuego divino que le da sentido a nuestra aventura humana. Recordemos juntos quienes somos, lo que somos y por qué estamos aquí. Regocijándonos en agradecimiento, démosle gracias a DIOS y dejemos que el amor y la paz rijan nuestras mentes y corazones ahora y siempre.

Últimamente, he recordado los tiempos en los que me tocó lidiar con adicciones. El resentimiento y el miedo gobernaban mi vida. Yo sentía que odiaba al adicto de mi familia –parecía que su adicción estaba asesinando a mi alma-; repudiaba la co-dependencia familiar por permitir el comportamiento inaceptable del adicto y me rechazaba a mí misma porque me sabía atrapada en mi propia adicción. También yo me había decepcionado. El único ser que parecía ser fiable había fracasado… Yo no podía dejar de consumir la sustancia que escogí para anestesiar mi dolor. Mi dependencia hizo de mí una adicta de las mejores.




Pero un día llegué a mi primer encuentro interreligioso, una habitación llena de gente tan bella como tú y como yo. Al escuchar sus verdades, escuché la mía. A nadie le importó la religión de los participantes. Judíos, musulmanes, cristianos, hindúes, Baha'i, budistas, ateos, agnósticos y científicos nos reunimos por igual. No nos separaron ni nuestro género ni nuestra orientación sexual. “Nos importábamos”, eso era lo único importante. Y escogimos apoyarnos los unos a los otros. Ante el prójimo nos transformamos en el rostro y en los brazos de Dios.
Cuando escuché a los otros con una mente y un corazón abiertos, lo que dijeron resonó en mí. Hoy en día, me doy cuenta de que al igual que mis hermanos judíos, yo no puedo dejar de preguntarme ¿Por qué? ¿Por qué esto y por qué aquello? ¿Por qué yo? ¿Por qué no? Supongo que mi disposición a cuestionar los designios de DIOS podría hacer de mí una judía de las mejores.
Al igual que mis hermanas musulmanes, no puedo dejar de alabar a Dios con palabras grandiosas... El Todopoderoso, el Misericordioso, el Magnífico. Supongo que mi súplica poética haría de mí una musulmana de las mejores.
Al igual que mis hermanos budistas, tengo un corazón compasivo y creo en el servicio. Supongo que esta virtud haría de mí una budista de las mejores.
Al igual que mis hermanas hindúes, me entrego quieta y en silencio a la práctica de la meditación transcendental. En esos instantes acaricio la Eternidad. Supongo que mi dedicación al silencio haría de mí una hindú de las mejores.
Al igual que los practicantes de las religiones tribales y nativas de este mundo, no puedo dejar de escuchar los murmullos desesperados de la madre tierra, clamando sólo por nuestro amor y respeto. Supongo que tal sensibilidad ante la naturaleza haría de mí una chamán de las mejores.



Cuando escucho tu dolor y tu alegría, te escucho y te siento tan profundamente que no puedo evitar preguntarme “am I you?, ¿será que tú y yo somos la misma persona? ¡Tal vez sí! Tal vez yo soy un sobreviviente del holocausto. Y un nazi. Un esclavo o su amo. Un sacerdote y un swami. Un imán y un rabino. Una heroína y una cobarde. Un hombre gay, una mujer heterosexual o un transexual. Tal vez yo soy una con todo lo que fue, es y será. Sé por experiencia que mis decisiones y perspectivas me pueden desplazar del cielo al infierno en un instante. Tengo el dominio de escoger entre la paz y la guerra interior. En esencia, fui una adicta y hoy soy una mujer conectada con mi esencia.
Fue en presencia de los otros que me encontré a mí misma. Yo creo que en cualquier reunión interreligiosa en la que se elija honrar los diversos y fascinantes aspectos de Dios hay espacio para el crecimiento y la transformación, la sanación y la iluminación. Entre otros recordé que cuando pierdo de vista a Dios, me pierdo de vista a mí misma.
Hoy elijo darle gracias a Dios una vez más por otro delicioso día de mi aventura humana. ¡Te recuerdo, Dios! ¡Sé que estoy aquí para ti! ¡Y te amo! Ahora, a seguir adelante, descansando en la certeza de que velas por nosotros un día a la vez, hoy y siempre, por toda la Eternidad. Amén.
POR: Sonia Echezuria
FUENTE: http://www.inspirulina.com/desde-mi-templo-virtual.html

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Namasté