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martes, 3 de julio de 2012

La muerte, el arte de la mutación


 (o la mariposa dorada de la alquimia)

La muerte como la última mutación con la que se puede acceder a la eternidad. El entendimiento de la muerte como la energía que llama a la vida a superar su estadio y emprender el vuelo consciente del espíritu.
“What the caterpillar calls the end of the world, the master calls a butterfly”,
Richard Bach

La sincronicidad de la muerte de estos últimos días es la motivación de escribir este artículo, básicamente una reflexión rizomática sobre la posibilidad alquímica de que la vida y el cuerpo humano se conviertan en un vehículo para acceder a una realidad superior sin perder la conciencia. Y que la muerte es esa posibilidad (de lo imposible), la última mutación.


En diversas partes del mundo en estas fechas se celebra la apertura de una especie de portal  entre los vivos y los muertos —las almas fantasmales que vagan entre mundos, según algunas representaciones, sin saber que han muerto, apegadas a imágenes de su pasado. Lo más notable de esta fecha es que justamente hace de la muerte una celebración, una fiesta, y aunque el profundo simbolismo de esto parece haberse perdido, el espíritu se rescata.
Diversas culturas y tradiciones ocultas han entendido la muerte como un aliado. En alguna de esas Mil y una Noches árabes que simulan el infinito se dice que el día de la muerte es más importante que el día del nacimiento. Esto es lo que intentaremos dilucidar aquí.
La sincronicidad de la que hablé al inicio de este post comenzó cuando estaba en el hospital, hace unos días, después de un proceso de anestesia y acaso dosificado por un sutil cóctel de morfina (la “muerte fina”). Mi mente empezó a divagar entonces por los recovecos de mi memoria, anaqueles de una biblioteca etérea que estaba en ese momento ordenada de una manera fuera de lo común, permitiendo realizar conexiones en diferentes niveles.  Cierta sensibilidad me hizo pensar que si bien los hospitales son lugares deprimentes, pensar en la muerte no lo es.  Al contrario, pensar en la propia muerte, es la motivación más grande —de una forma para mí análoga, los astrofísicos han descubierto que los agujeros negros  podrían ser la fuente más grande de energía del universo.
Sin poder dormir leí una frase de Steve Jobs, quien acababa de morir, que me llamó la atención (aclaro que no soy un gran admirador de este CEO casi consagrado).  La frase es la siguiente:
 “La muerte es seguramente la mejor invención de la vida. Es el agente de cambio de la vida”.
Me llamó la atención cómo Jobs, moralmente cuestionable pero ciertamente un hombre que pudo manifestar su voluntad en el mundo, sugiere que la muerte era lo que lo movía a hacer. 
Unos días después estaba traduciendo para Pijama Surf el texto de Aeolus Kephas de La Promesa de la Serpiente que tiene el siguiente epígrafe:
"Los brujos dicen que la muerte es el único adversario digno que tenemos… la muerte es nuestro retador… La vida es un proceso a través del cual la muerte nos reta… La muerte es la fuerza activa en nosotros. La vida es el escenario. Y en ese escenario hay dos contendientes en todo momento: uno mismo y la muerte… Somos pasivos… Si nos movemos, es solo cuando sentimos la presión de la muerte" 
(Carlos Castaneda, The Power of Silence).
Estas dos citas claramente se vinculan. La muerte, paradójicamente, como fuerza activa de la vida: frontera magnética, extraño atractor, punto omega de nuestro microcosmos. Ya lo había hecho Freud describiendo el orgasmo con una pequeña muerte (en términos más modernos podríamos decir que es un fractal de lo que ocurre al morir). Por otra parte, tenemos las descripciones de algunos psiconautas que comparan un viaje de DMT con lo que la cultura relaciona emblemáticamente con la muerte —la luz en el túnel, la fusión con el universo o la divinidad, la memoria de toda una vida estallando— pero  también, a la vez, con una sensación erótica de estar teniendo sexo y experimentando un orgasmo inmenso.
En la filosofía chamánica de Don Juan Matus, el brujo que aparece en los libros de Carlos Castaneda, según expone Aeolus Kephas en el artículo citado, el hombre debe de burlar las fauces despiadadas del universo predatorial (el Águila) si no quiere regresar al abismo de la materia,  fundirse con el Todo, pero perder su individualidad, la oportunidad, quizás, de convertirse en una especie de demiurgo consciente. Para hacer esto debe operar su cuerpo para transformarlo en un vehículo energético capaz de mantener su memoria y conciencia individual ante el sacudimiento del infinito.
«Cuando una persona muere en un estado completamente “activado” —con todas las células individuales unidas para formar un circuito— la red completa se puede transformar en un vehículo para ser poseído por el “Espíritu”, una “Merkaba” para que la conciencia divina se deslice hacia la eternidad —fundiéndose con el infinito y conservando a la vez los remanentes de su auto-conciencia», explica Kephas.
Esta versión posmoderna de la vida después de la muerte ha sido expresada misteriosa y poéticamente por la alquimia desde hace miles de años. Podemos creer, incluso, que es la base de todo misticismo. Es el significado oculto y más rutilante del cristianismo (en el misterio de la resurrección) que se desprende de la religión egipicia y tiene en Osiris, como dios solar que renace, un claro avatar. Quizás las religiones, como instituciones de poder, son principalmente métodos de ocultamiento y de simbolización de un conocimiento que es fundamentalmente individual: el aprender a morir y transmutar la materia en espíritu. Y como entes colectivizantes, que obtienen su poder de la ignorancia de las masas, de su capacidad de pastorearlas,  podemos esbozar la hipótesis de que las grandes religiones  han cuidado con máximo celo este conocimiento, al punto de que se ha tergiversado la sabiduría y las enseñanzas de la antigüedad y, paralelamente, se han formando sociedades secretas y ritos inicáticos.
Siguiendo con la sincronicidad temática que culmina en esta visión de la muerte como el arte de la mutación y verdadero significado de la obra alquímica, encontre en mi lectura de esta semana un breve libro de Roberto Calasso, Los jerogíficos de Sir Thomas Browne, una sublime manifestación de esta energía de la muerte que madura la vida.  
Sir Thomas Browne, como Athanasius Kircher y otros más, pertenece a un selecto grupo de escritores, filósofos, bibliotecarios y coleccionistas cristianos que practicaron el neoplatonismo hermético y se acercaron al Ars regia de la alquimia. En su obra Religio Medici,  Sir Thomas Browne expresa una lúcida concepción del alquimia desde el cristianismo:
«Ahora bien, la naturaleza no es una desviación del arte ni el arte de la naturaleza, pues ambos son solo los sirvientes de la providencia: el arte es el perfeccionamiento de la naturaleza; si el mundo estuviera como estuvo en el sexto día de la creación, aun habría un caos: la naturaleza ha producido un mundo y el arte otro. En resumen, todas las cosas son artificiales, pues la naturaleza es el arte de Dios».
Pero en un pasaje más largo, sin duda memorable, donde Browne vincula el arte de la alquimia con la muerte como máximo proceso de metamorfosis, explica:
«En aquel mundo oscuro que es el útero de nuestra madre, nuestra estancia es breve y se mide por las lunas pero es, incluso así, más prolongada que los días completos de muchas criaturas bajo el sol [...], luego ingresamos al escenario del mundo y nos convertimos en otra criatura y practicamos las acciones razonables del hombre y proyectamos veladamante esa parte de divinidad que llevamos en nosotros pero nunca hacemos de manera total ni perfecta hasta que desechamos también nuestra segunda placenta, es decir, este revistimiento de la carne, y llegamos al ubi de los espíritus. La noción superficial que tengo de la piedra filosofal (que es mucho más que la perfecta exaltación del oro) me ha enseñado mucha teología y ha instruido a mi creencia sobre cómo el espíritu inmortal y la substancia incorruptible de mi alma puede yacer en lo oscuro y dormir mientras permanece en esta casa de la carne. Las extrañas y místicas trasnmigraciones  que he observado en los gusanos de seda transformaron mi filosofía en  teología [...]. Por ello he rechazado todas las estrictas definiciones que hablan de la muerte como “privación de la vida”, “extinción del calor natural” o “separación del cuerpo y el alma”, y me he formulado una nueva definición hermética que se acomoda a mis propias convicciones: est mutatio ultima qua perfictur nobile ilud extractum microcosmi, pues para mí, que considero las cosas desde un punto de vista experimental y natural, el hombre no es sino una transformación, una fase preparatoria para el último y glorioso exlixir que yace aprisionado tras las cadenas de la carne».
La parte velada “de divinidad” es a lo que Sir Thomas Browne, en otra parte, se referiría como “el  sol invisible” (en su hermosa y legendaria frase: “life is a pure flame and we live by an invisible sun within us”).  También es el crisol en el que “el gusano de seda” podrá tener su crisálida. Morir mas vivir: est mutatio ultima qua perfictur nobile ilud extractum microcosmi:la ultima mutación por medio de la cual se perfecciona lo noble que se extrae del microcosmos”.
Aquí también tenemos un brillante entendimiento del hombre, y de la naturaleza, como transformación, al igual que la alquimia donde se concibe al universo como un proceso de refinación de la materia o espiritualización.  Todo es devenir, podríamos decir, también invocando al gran químico Ilya Prigogine. Un antiguo aforismo de la alquimia reza:  ”El arte no crea ninguna semilla”. La labor del alquimista es liberar la quinta essentia, en su propio atanor, para que se transforme en el corpus resurrectioni, el cuerpo más allá del cuerpo, el cuerpo de luz, el cuerpo crístico.
«Los metales tienden todos a convertirse en oro, y sus correspondientes microcósmicos tienden paralelamante a transformar el cuerpo en corpus resurrectionis, pero la naturaleza se ha petrificado en una etapa de este proceso: el opus alchymicum disuelve antes que nada dicha petrificación reduciendo los elementos  a la prima materia y de esta, a través de varias fases y regímenes, libra la lapis philosophoroum, que en muchos textos se compara con Cristo», escribe Roberto Calasso.
Esta descripción es notablemente parecida a la intención del yoga de desbloquear los nadis, los canales energéticos, para que fluya la fuerza vital o Kundalini. La petrificación del cuerpo —un resultado de la densidad mental— no deja fluir la energía que tiende, como un geíser, hacia arriba. Por alguna razón misteriosa esta tendencia aurífera de los metales, que es tambien la tendencia de la materia a espiritualizarse (expresada por Teilhard de Chardin bajo el concepto de complejificación), ha sido interrumpida. Quizás es esta una de las consecuencias de lo que se conoce como la Caída o la expulsión del Paraíso: una especie de corto circuito en el proceso natural de iluminación. Según señala el Génesis, Dios hizo que Adán participara de la muerte y regresara al polvo del cual fue hecho. La alquimia, como un hack de la divinidad, como una mordida íntegra al Árbol de la Vida, posibilita ese estado inmortal, justamente a través de la muerte, el momento en el que se enfrenta y purifica este estigma. Para el cristianismo la forma de superar este estigma es a través de la penitencia y de la expiación, plantarnos ante San Pedro, arrepentirnos y contarle nuestros pecados; la alquimia postula que es necesario una expiación (destilación) pero de la historia psicofísica de una persona para, en el momento de la muerte,  poder realizar el vuelo del alma, la psicrisálida. La diferencia es que la alquimia no depende de la intercesión de una entidad superior, sino de la liberación de esa entidad que yace oculta en el cuerpo.
Al igual que Sir Thomas Browne, el poeta John Donne entendió la transmutación alquímica de la muerte desde el cristianismo y el amor romántico, en el Epitafío para sí mismo, dedicado a la condesa de Bedford:
Aunque ninguna losa te cuente lo que fui, podrás
ver dentro de mi tumba lo que tú eres;
mas aún no llegas a tal punto: hasta que la muerte
nos acueste aquí para madurar, no somos sino arcilla terca;
nuestros padres nos hacen barro y el alma, que dignifica,
nos torna en vidrio, aquí yacemos para volvernos en oro.
 Y también en la Elegía para Lady Markam:
Al igual que los chinos que, al pasar una era,
recogen porcelana donde habían enterrado arcilla,
así en esta tumba (que es alambique y ahora refina
los diamantes, rubíes, zafiros perlas y minas
que hacían su carne) su alma transmutará
la carne sustancia tal, que Dios, cuando con su último fuego
anule el mundo, por recompensarla, la hará
y nombrará el Elíxir de este Todo.
Ambos poemas conciben a la muerte como el proceso de maduración y mutación en el que la vida fructifica hacia la divinidad, en términos alquímicos, donde la tumba se convierte en el laboratorio del alquimista. En el caso de Donne el llamado es al alma, que dignifica el barro, a transmutar la carne. Lo cual podríamos entender como la posesión de la divinidad que finalmente culmina durante la muerte.
Por último queda hacer referencia a la mariposa que se erige como símbolo de la muerte alquímica, de la transmutación del cuerpo en sol, o en oro, o en espíritu. En el caso de Castaneda tenemos un interesante episodio en Relatos de Poder en el que Don Juan le dice que “las polillas [mariposas negras] son los heraldos, o mejor áun, los guardianes de la eternidad” y que “las polillas llevan un polvo en sus alas, un polvo de oro oscuro. Ese polvo es el polvo del conocimiento”. Las polillas, como cualquiera podría adivinar viéndolas, han sido relacionadas con la muerte por diferentes culturas; ese polvo de eternidad, ese polvo de conocimiento, podríamos decir que es la muerte.
También en el libro de Calasso sobre Sir Thomas Browne encontramos en el capítulo sobre los jeroglíficos la descripción de un antiguo emblema relacionado con la divisa del Emperado Augusto —Semper festina Lente (“siempre apresúarte con calma”)— en el que aparece un cangrejo y una mariposa. Waldemar Deonna describe la figura  como un símbolo que va más allá de la conjunción de la lentitud y la rapidez. Dibuja las dos puertas solsticiales, Cáncer y Capricornio, ianua inferni y ianua coeli, la puerta del infierno y la puerta del cielo. La mariposa se convierte en un símbolo del renacimiento del Sol en el solsticio de invierno, fecha también relacionada con el nacimiento de Jesús (y ahora con el supuesto fin de una era planetaria según el calendario maya). El cangrejo es el animal del mar, de la madre, de la materia que sale del agua en su proceso evolutivo que culmina en la elevación espiritual de la mariposa. El Sol muere ese día, desciende a la máxima oscuridad. Pero renace como un ser espiritual, procediendo con calma dentro de la premura de las tinieblas. La mariposa es tradicionalmente el animal del alma; a la diosa Psique se le representaba como una mariposa.
Regresemos a la cita inicial de este artículo de Richard Bach, la cual podemos traducir como “Lo que la oruga llama el fin del mundo, el maestro llama la mariposa”. En este sentido, lo que nosotros llamamos la muerte y el fin de la vida, el alquimista llama la transformación. El cuerpo puede ser ese puerto espacial del cual se despliegan las alas de oro del espíritu y surcan la eternidad sin perder conciencia de haber sido la oruga, el cangrejo, el hombre y siempre Dios.


Autor: Aleph de Pourtales


FUENTE:http://pijamasurf.com/2011/11/la-muerte-o-el-arte-de-la-mutacion-la-mariposa-dorada-de-la-alquimia/

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