El poder de la evocación. La bendición de la amistad.
El cineasta Salvatore «Totò» di Vita (Jacques Perrin), radicado en Roma, recibe una noche la noticia de que en su pueblo natal, Alfredo (Philippe Noiret) ha muerto. Esa noche Salvatore no puede dormir: los recuerdos hacen fiesta en su mente; pasados más lejanos y más recientes se agolpan para rememorar sus andanzas con Alfredo, el padre que nunca tuvo y que fue su mentor hasta que emigró de Giancaldo, el típico pueblecito siciliano que le viera nacer. Al día siguiente se embarca para acudir a los funerales de Alfredo y aprovechar para visitar a su madre, que se queja de que él nunca la visita. Ella le ha guardado sus cosas de antaño; al verlas, muchas de ellas le hacen hundirse aún más en la marea de recuerdos de su infancia al lado de Alfredo, que lo inició en el cinema, pues era el proyeccionista del cine del pueblo, el Cinema Paradiso; llamado Nuevo Cinema Paradiso después de un incendio que acabó con la sala y con la vista de Alfredo. En el nuevo cine, reconstruido por un vecino que ganó la lotería, Totò será el proyeccionista. Los recuerdos de su primer amor, en su época de adolescente, también afloran en su mente; pero con un sabor agridulce, que nos dice que este recuerdo no ha sido superado, que este amor no ha sido olvidado ni sustituido...
El filme alterna imágenes del presente, en el que Salvatore va a Giancaldo, se aloja en su casa materna, asiste al entierro de Alfredo, departe con viejos conocidos y amigos, presencia la demolición del edificio donde estuvo el cine y regresa a Roma con un rollo de película (de acetato) que Alfredo le guardó y que le dejó con su madre; e imágenes del pasado, cuando era niño y cuando era adolescente y se enamoró de una joven que llegó al pueblo. No fueron pocas las reprimendas de su madre porque el travieso Totò se la pasaba viendo películas e incluso gastaba el dinero que ella le daba para comprar comida en entradas al cine. Tuvo en Alfredo un padre, un maestro, un amigo y así lo entendió, después de mucho tiempo, su madre. Fue Alfredo el que lo animó a irse de ese decadente pueblo a buscar mejores perspectivas para su vida en la gran ciudad. La escena final, en la que Salvatore ve en soledad el rollo de película que le heredó Alfredo, es inolvidable y tiene una fuerza dramática enorme.
Viendo este filme, uno no puede menos que recordarse del Amarcord de Fellini, producción realizada quince años antes que esta, y en la que el veterano cineasta trae a la pantalla buena parte de sus recuerdos de infancia en Rimini(1). Giuseppe Tornatore, uno de los mejores directores de cine italiano, repetirá esta calidad de rememoración en Malena, junto a la bellísima Mónica Bellucci. Es posible que sea el cine italiano el que expresa mejor las memorias del pasado, con una contundencia y nostalgia evocativa que logran que uno no solo vea el pasado, sino que lo viva, lo sienta. El caso de Cinema Paradiso no es la excepción y cuenta, por añadidura, con una soberbia música de Ennio Morricone, quien compuso una de sus más emblemáticas partituras para cine para acompañar esta inolvidable historia; con tal grado de emotividad que la sola música es capaz de arrancarle las lágrimas al más impasible de los espectadores. En la escena final, el borboteo de emociones que manan en forma de sonido se hace superlativo. La actuación del legendario actor francés Philippe Noiret, que pasa por ser más italiano que si hubiera nacido en Italia, es memorable. Esta multipremiada película es una de las mejores que haya parido la cinematografía del país latino. Es un verdadero homenaje al cine hecho por el cine. De imprescindible visionado para los cinéfilos.
(1) Tan es así, que incluso ambas películas presentan los personajes pintorescos de los pueblos: en Amarcord un motorista que paseaba a toda máquina por las calles y en Cinema Paradiso el loco que decía que la plaza era suya.
Artículo en Wikipedia, con argumento detallado:
Ficha en IMDb: https://www.imdb.com/title/tt0095765
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film420972.html
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Namasté