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sábado, 27 de agosto de 2016

Familias transformadas: los hijos después de una separación

Una separación o divorcio siempre trae muchos cambios. Los involucrados pueden sentir importantes pérdidas de lazos tanto afectivos como económicos.

Más allá de todo este revuelo que significa una ruptura hay que, por nuestro propio beneficio y el de nuestros hijos, tomar conciencia… empezar a reconocer que eso que se perdió siempre nos trae una ganancia, un crecimiento personal y espiritual, que sin esta dificultad quizás no hubiese sido posible. Nos abre las puertas a nuevos principios y oportunidades que ni siquiera imaginamos.
En medio de todo lo que pasó, no podemos olvidarnos que en ese tiempo que la vida nos unió tuvimos la fortuna de tener a nuestros hijos y solo por este milagro vale la pena transcender cualquier rencor o dolor que el proceso de ruptura nos haya dejado.

A los padres que han pasado por esta situación en algún momento, saben la ansiedad que genera una ruptura matrimonial. Nosotros los adultos concentrados en nuestras emociones de tristeza, angustia, rencor y venganza nos volvemos ciegos en nuestro propio dolor, aumentando el sentimiento de ese niño o adolescente de su procedencia de un hogar “roto” que no funcionó. Las maneras como dejamos actuar a nuestro inconsciente es cuando en algún momento, ya pasado un tiempo para el duelo, no tratamos de conciliar la comunicación en beneficio de ellos y de nosotros mismos.

Ningún padre o madre puede divorciarse de sus hijos. Esa union ninguna separación física la rompe. Cada hijo necesita de ambos padres. En la madre es donde encuentran el amor, el afecto y por lo general, es la que nutre nuestro mundo interior. En los padres hallamos la independencia y afianzamos nuestro mundo exterior. Por lo tanto no se recomienda en caso de padres que estén presentes, que alguno pretenda sustituir o reemplazar al otro, porque emocionalmente hablando lo que cada uno aporta es valioso para el desarrollo de los hijos.

Si la ausencia de alguno de ellos se debe a la falta de perdón o al orgullo, les recuerdo una frase de Julio Bevione en la que dice: “Necesitamos tiempo, compasión, humildad y un profundo deseo de vivir en paz para dar el primer paso que nos lleve al perdón”. Considero que todos tenemos la capacidad pero algunos no tienen la voluntad. Así que aquí cada uno tiene el poder en sus manos de cambiar la situación.

Los constantes conflictos, usar a nuestros hijos de mensajeros cuando la comunicación debería ser directamente de los adultos y no a través de los hijos pueden causar que la situación se vuelva traumática. Este drama será directamente proporcional al nivel de conflicto que nosotros le apliquemos. Estos problemas se calmarán una vez que ambos progenitores pongan sus diferencias, se unan y reconcilien en torno a un bien común: sus hijos.

La separación debería ser tomada como una reorganización de la familia. De ahora en adelante la vida continúa, y siempre habrá actividades comunes en las cuales es importante la asistencia de ambos, donde no se puede dividir el acontecimiento en dos.

Es un deber de nosotros practicar entonces la tolerancia. En el caso de que alguno de los padres forme una nueva familia, deberá hacer todo lo posible porque sus hijos de la anterior relación no se sientan sustituidos por los que vinieron luego.

Es tan fundamental todo lo que podemos hacer por ellos, la familia sigue siendo la familia. Y los hijos son parte de ella. No está determinada por certificados de matrimonio o documentos de divorcio. Si nos sanamos nosotros como padres, contribuiremos a crear individuos que no se queden en el rencor. Nunca es tarde para reconciliar y seguir adelante con nuestras vidas. Todo lo que hagamos en este sentido nos devolverá la paz y plenitud a todos. Demos el primer paso. Es posible. Pongámonos en marcha.

Por: Jennifer Fulop (@jennyfulop) el 25/04/2016 

1 comentario:

  1. Excelente artículo donde se evidencia una gran realidad. Lamentablemente lo estoy leyendo con un "delay" de 18 años... :-(
    Yo cometí el craso error al divorciarme de hacerlo también de mi pequeña hijita de apenas un añito de nacida... Ahora 18 años después me toca vivir con ese dolor de haber perdido a mi hija y resignarme a ver las fotos de mi hermosa hija ya convertida en una bella señorita sin tener el valor de acercarme a ella por verguenza y temor a su reacción. Debo cargar con esta "cruz" hasta el final de mis días...

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Namasté