SER+POSITIVO
También debo mencionar que solía levantarnos con mucho cariño en las mañanas, jugando con nosotros y poniéndonos un poquito de su espuma de afeitar mentolada en la cara para que termináramos de despertarnos mientras el terminaba de afeitarse oyendo una emisora que se llamaba Radio Aeropuerto o escuchando
La lectura siempre ha sido su gran pasión y su biblioteca poseía una gran colección de variadas enciclopedias y gran cantidad de novelas y libros clásicos, colecciones de Life con hermosas fotos, dónde resultaba un placer hacer una investigaciones para nuestras asignaciones (tareas) escolares sin tener que ir a una biblioteca pública y en una época dónde ni pensábamos en computadoras y menos en Internet. Por eso siempre he dicho que papá fue mi Google particular en mi niñez y hasta mi adolescencia.
Recuerdo que cuando éramos pequeños nos llamaba a cada uno con un apodo, a mí me decía “espigo” por mi contextura siempre delgada y espigada, a mí hermano Julio César le decía “negro viejo” por su piel de color morena como mi mamá, a quién también recuerdo llamándola afectuosamente “mi negra”. Realmente no recuerdo en que momento dejó de llamarme “espigo” pues nunca engordé, en cambio a mi hermano J.C. siempre lo siguió llamando “negro viejo” con mucho cariño y cuando años más tarde ya siendo yo un adulto cuarentón le pregunte por que había dejado de llamarme “espigo” me respondió a secas que él llegó a pensar que a mí no me agradaba que me dijera así… y allí quedó el tema.
Víctor Manuel
Torres Torres
Mi Padre: Víctor Manuel Torres Torres (1932), nació en San Rafael de Tabay, edo. Mérida un 14 de agosto de 1932, profesional militar, administrador
y ganadero exitoso, que viniendo de una modesta familia andina (merideña), hijo
de Don Hildebrando Torres Carrillo maestro de escuela y doña María Inocencia
Torres Guillén ama de casa quién falleció muy joven cuando papá era apenas un
niño de unos 7 años, por lo que prácticamente fue criado por sus hermanas
mayores y debió luchar duro desde temprana edad, trasladándose a Caracas para
ingresar a la vida militar y logró labrarse a fuerza de estudio, arduo trabajo
y algo de suerte una respetada posición social y una holgada situación
económica.
Maria Inocencia Torres e Hildebrando Torres
A mi papá lo quiero mucho pues él fue mi “espejo”, mi primer héroe, mi
“proveedor” natural de bienestar y tranquilidad emocional y económica, mi
ejemplo a seguir, mi Google personal a quién acudía para saber de cualquier
cosa que no lograba entender y papá con sus conocimientos y su gran cultura
siempre tenía la respuesta requerida; eso no lo olvidaré nunca, cuando lo veía
pasar horas enteras leyendo en su estudio, escuchando música clásica, la cual
era un “alimento para el alma” según sus propias palabras.
También tengo siempre presente su fuerte carácter y su sentido de la
autoridad, como buen andino y militar, siempre muy estricto e implacable,
todavía hoy a sus 85 años lo sigue siendo.
Recuerdo cuando éramos niños, mi hermano Julio César y yo, temíamos
exponernos a cualquier regaño o castigo de su parte, que sin llegar nunca al
maltrato físico, si podían ser ejemplares como sus “coscorrones” con el anillo
de promoción o el “chocarnos” cabeza contra cabeza por algún desafuero cometido
por ambos. El fastidiar a nuestra hermanita Elizabeth Coromoto también nos
podía generar estas duras reprimendas pues ella era la “luz de sus ojos” y su
única hija hembra en esos momentos.
Familia Torres van Grieken - año 1964
También debo mencionar que solía levantarnos con mucho cariño en las mañanas, jugando con nosotros y poniéndonos un poquito de su espuma de afeitar mentolada en la cara para que termináramos de despertarnos mientras el terminaba de afeitarse oyendo una emisora que se llamaba Radio Aeropuerto o escuchando
“Marionetas en la cuerda” de Franck Pourcel
O “El Amor es Azul” de Paul Muriat
https://www.youtube.com/watch?v=rjsNNcsUNzE
Eso me quedó grabado en mi mente y en mis primeros gustos radiales y
musicales.
Como parte de nuestra formación nos “obligaba” a sentarnos en el W.C.
(poceta) hasta que lográramos evacuar aunque le manifestábamos que “no teníamos
ganas” él nos reprendía y nos decía que el cuerpo y el estómago se educaban. En
esos momentos no lo entendía mucho y nos parecía casi una tortura pero con el
pasar de los años agradecí mucho esa enseñanza pues en condiciones normales lo
primero que hago al levantarme y antes de bañarme es ir a evacuar y así
desocupar el intestino como recomiendan los médicos.
Papá siempre se caracterizó por su rectitud y seriedad (muy militar tal
vez), su alto sentido del decoro y la honestidad, de la moderación al hablar,
siempre con un cuidadoso lenguaje y un correcto uso del vocabulario, muy
ponderado y justo al emitir juicios, definitivamente autoritario con mucha
capacidad y don de mando sin lugar a dudas, un apasionado de la lectura,
comenzando con la prensa diaria, siempre nos decía: -“hay que leer mucho, hay
que leer algo, aunque sea la prensa, pero hay que leer…” y siempre acompañado
de un buen libro de actualidad o de su inseparable Selecciones del Reader’s
Digest (revista mensual de temas variados de la cual yo pasaría a ser un
seguidor y fiel lector también), enamorado de los números, las matemáticas y
las fábulas de Esopo, le gustaba hacernos juegos con habilidades numéricas y
con conocimientos de cultura general (como capitales del mundo), mesurado en el
comer y en el vestir, aunque siempre muy conservador en su indumentaria, siempre
con un saco (paltó o chaqueta de vestir) nunca en “mangas de camisa” como decía
el mismo, eventualmente jocoso al contar sus anécdotas de niño en las cuales al
comenzar siempre decía: -“yo recuerdo cuando yo tenía como…” (de pronto dudaba)
y de inmediato agregaba: -“cuando tenía como la edad de Julio César” señalando
a mi hermano, para continuar contando su anécdota. Así era siempre el comienzo,
en una especie de “encabezado”… Mi hermano y yo luego comentábamos que papá
siempre tenía la misma edad de Julio César en sus anécdotas, y pasaba el tiempo
y seguía teniendo la misma edad, como doce años, según él, pero mi hermano
seguía creciendo y la asociación de la edad también; lo cual nos causaba mucha
gracia pues era como si papá solo había tenido anécdotas de sus doce años de edad o si mi hermano siempre seguía teniendo la misma edad ¡¡¡jejeje!!!
Entre esas anécdotas recuerdo una en particular, cuando a mi hermano
Julio César y a mí se nos ocurría decir que “teníamos hambre”, pues realmente
lo hacíamos casi que por “fastidiar” más que por realmente sentir hambre; era
como una manera de decir que estábamos fastidiados y que queríamos algo
diferente. Algo que tal vez para otros sea difícil de entender pero que mi
hermano y yo entendemos y recordamos; era el llamado de unos niños “pequeños
burgueses” solicitando más de lo que tenían de sobra… algo así.
El caso es que nuestro papá, quién como mencioné provenía de una humilde
familia merideña, que había quedado huérfano de madre (mi abuela paterna Ma.
Inocencia Torres) a muy temprana edad, con un Padre (mi abuelo paterno Don
Hildebrando Torres Carrillo) que era un humilde maestro de escuela y había
enviudado con nueve hijos...
Papá si estaba muy consciente que había una vida muy dura y diferente a
la que yo estaba acostumbrado, y aunque él había logrado superarse y alcanzar
su actual posición económica, nunca dejaba de recordar sus duros y difíciles
años de infancia.
Cuando decíamos “tengo hambre” él se nos quedaba mirando con la seriedad
que le caracteriza y nos decía de manera determinante:
“Ustedes no saben lo que es tener
hambre”...
“Ustedes no saben lo que significa esa
palabra”...
Y comenzaba a contarnos partes de su infancia merideña, esa parte de su
vida que nosotros no conocíamos, y lo que verdaderamente significaba la
expresión: ¡¡¡¡TENER HAMBRE!!!!
Siempre recuerdo una anécdota que solía contarnos de su niñez, cuando lo
único que tenían un día para comer era plátano sancochado, y un hermano suyo
(el tío Marcial que murió siendo un niño tal vez de tuberculosis) le decía que
no masticara el plátano: “Víctor no lo mastique, trágueselo entero para que
sienta como si comió bastante”...
Nosotros lo escuchábamos con atención pero sorprendidos y siempre nos
quedaba la duda si tal vez aquello que Papá nos contaba solo se trataba de una
fábula “didáctica y pedagógica” para enseñarnos el verdadero valor de las cosas
en la vida.
Cuando llegaba el inicio de un nuevo año escolar y le presentábamos
nuestras interminables listas de libros y útiles escolares que debían
comprarnos, solía contarnos que sus primeros cuadernos eran hechos con los
recortes del papel periódico que desechaban en la imprenta y ellos lo
recolectaban, lo cosían para pegarlos y hacer una especie de libreta. También
nos contaba como recolectaba botellas viejas de vidrio para venderlas sin que lo supieran en su casa y así poder colaborar con la menguada economía familiar.
Una anécdota muy particular y que define el carácter y la personalidad de papá es que cuando nos disponíamos a realizar algún viaje de vacaciones y mi papá comenzaba a cargar el equipaje y revisar la camioneta familiar para el viaje, mi hermano y yo que apenas eramos unos niños cercanos a los diez (10) años de edad en ese entonces, le manifestábamos de manera infantil y hasta ingenua, dando saltos y brincos a su alrededor, nuestro deseo de ayudarlo en sus preparativos y arreglos, a lo cual nos miraba con su acostumbrada seriedad y nos preguntaba: "¿ustedes de verdad me quieren ayudar?" y nosotros emocionados le respondíamos a unísono que "Siii"... y entonces papá nos decía muy serio y formal: "pues si de verdad me quieren ayudar siéntense aquí tranquilos y no hagan más nada" con lo que nos quería decir que la mejor ayuda era que no molestáramos (o fastidiáramos) con nuestras travesuras y torpezas infantiles propias de nuestra edad y que simplemente le permitiéramos a él hacer lo que él sabía que tenía que hacer y para lo cual no requería de nuestra dudosa e ingenua colaboración... Toda una filosofía de vida.
También conservo un hermoso recuerdo de mi infancia, en uno de nuestros viajes de vacaciones que hacíamos para Mérida, el terruño de nacimiento de papá, y él compró todos los implementos necesarios para fabricar una cometa, como nos contó que hacía en su infancia, y junto con nosotros nos fabricó una hermosa cometa y disfrutamos mucho volando esa cometa casera. Para unos niños como nosotros acostumbrados a tener los mejores juguetes importados y perfectamente manufacturados, e incluso en otra oportunidad habíamos volado con papá una cometa que nos habían comprado en una tienda, muy bonita de plástico con la forma de un cohete muy de moda en esa época; pero el disfrute que tuvimos volando aquella cometa fabricada por nuestro propio papá y volándola con él fue indescriptible e inolvidable, usando sus técnicas aprendidas de niño, agregándole al simple hecho de volar una cometa otros juegos típicos de su niñez, ponerle una cola especial, enviar notas por el guaral o hilo pabilo que nos unía a la veloz cometa, algo que papá llamaba “mandar un telegrama”, todo eso en los fuertes y fríos vientos merideños que lo habían visto crecer; fue algo que aún hoy recuerdo con especial cariño y nostalgia, sin duda esas fueron unas vacaciones muy especiales en mi infancia junto a mi querido papá.
Una anécdota muy particular y que define el carácter y la personalidad de papá es que cuando nos disponíamos a realizar algún viaje de vacaciones y mi papá comenzaba a cargar el equipaje y revisar la camioneta familiar para el viaje, mi hermano y yo que apenas eramos unos niños cercanos a los diez (10) años de edad en ese entonces, le manifestábamos de manera infantil y hasta ingenua, dando saltos y brincos a su alrededor, nuestro deseo de ayudarlo en sus preparativos y arreglos, a lo cual nos miraba con su acostumbrada seriedad y nos preguntaba: "¿ustedes de verdad me quieren ayudar?" y nosotros emocionados le respondíamos a unísono que "Siii"... y entonces papá nos decía muy serio y formal: "pues si de verdad me quieren ayudar siéntense aquí tranquilos y no hagan más nada" con lo que nos quería decir que la mejor ayuda era que no molestáramos (o fastidiáramos) con nuestras travesuras y torpezas infantiles propias de nuestra edad y que simplemente le permitiéramos a él hacer lo que él sabía que tenía que hacer y para lo cual no requería de nuestra dudosa e ingenua colaboración... Toda una filosofía de vida.
También conservo un hermoso recuerdo de mi infancia, en uno de nuestros viajes de vacaciones que hacíamos para Mérida, el terruño de nacimiento de papá, y él compró todos los implementos necesarios para fabricar una cometa, como nos contó que hacía en su infancia, y junto con nosotros nos fabricó una hermosa cometa y disfrutamos mucho volando esa cometa casera. Para unos niños como nosotros acostumbrados a tener los mejores juguetes importados y perfectamente manufacturados, e incluso en otra oportunidad habíamos volado con papá una cometa que nos habían comprado en una tienda, muy bonita de plástico con la forma de un cohete muy de moda en esa época; pero el disfrute que tuvimos volando aquella cometa fabricada por nuestro propio papá y volándola con él fue indescriptible e inolvidable, usando sus técnicas aprendidas de niño, agregándole al simple hecho de volar una cometa otros juegos típicos de su niñez, ponerle una cola especial, enviar notas por el guaral o hilo pabilo que nos unía a la veloz cometa, algo que papá llamaba “mandar un telegrama”, todo eso en los fuertes y fríos vientos merideños que lo habían visto crecer; fue algo que aún hoy recuerdo con especial cariño y nostalgia, sin duda esas fueron unas vacaciones muy especiales en mi infancia junto a mi querido papá.
Papá fue para mi hermano y para mí nuestro gran instructor militar, nos
dio nuestras primeras clases de orden cerrado y orden abierto, nos enseñó las
ordenes y paradas respectivas, con especial rigurosidad nos enseñó las técnicas
para disparar rifles, escopetas y pistola, haciendo siempre mucho énfasis en la
importancia de la responsabilidad y seguridad cuando se manejaba un arma de
fuego. Nos daba prácticas de tiro en la finca, en las cuales mi hermano Julio
César siempre resultaba el más aventajado tirador. De allí vino mi afición por
las armas y por el tiro de combate años después.
Barbasquito años 1970
A papá nunca lo llegué a ver en estado de embriaguez o borracho (hasta
el día de hoy), siempre fue muy sobrio y mesurado en el beber y en su
comportamiento en general, más bien algo seco y distante a diferencia de mamá
quién siempre era alegre y querendona. A mamá si la llegué a ver “pasada de
copas” en alguna festividad navideña familiar, pero nada del otro mundo, se
alegraba, bailaba y discutía por política con sus hermanas, unas adecas y otras
copeyanas… jejeje!!!
Yo escuchaba como mis compañeros de clase comentaban que su papá les
había firmado la boleta de calificaciones mientras estaba “rascado” o “tomado”
(ebrio) y no se había percatado de las observaciones negativas o de las bajas
calificaciones; también comentaban otros como su papá era esplendido y dadivoso
con sus mesadas cuando estaban bajo los efectos del alcohol, cosas de muchacho
pero que me hacía preguntarme o contrariarme debido a que yo nunca llegué a ver
a mi papá ni siquiera “mareado” en las fiestas, e incluso recuerdo claramente
como algunos tíos y compañeros de armas de papá terminaban borrachos en las
fiestas en mi casa y prácticamente debían llevarlos cargados hasta una
habitación a “pasar la rasca” o llamar al chofer (los que tenían) para
llevarlos a su casa; mientras papá siempre sobrio conservaba la compostura sin
poner la cómica ni hacer el ridículo.
Para mi papá la honestidad, lealtad, fidelidad, honorabilidad son junto
a su rectitud sus insignias y sus normas obligatorias de conducta, no solo en
sus enseñanzas y constantes predicas con nosotros cuando éramos niños, sino
también como parte integral de su conducta y de su proceder diario. Sobre ese
particular tengo muchas anécdotas de mi niñez y adolescencia; recuerdo por
ejemplo a mi papá sentado en una mesa junto a otros compañeros de armas
(militares) y de repente alguno de ellos comenzaba a hablar mal de otro colega
o superior que no se encontraba presente y a quién papá le tenía alta estima o
lo unían otros nexos con dicha persona, como pasó una vez con un compadre muy
querido, de quién sin estar allí presente, alguien comenzó a hacer algún
comentario negativo o destructivo de esa persona ausente, mi papá con mucha
educación pero con igual firmeza les advertía que ese “fulano” de quién estaban
hablando mal era su compadre (o su amigo según el caso) y que le advirtieran si
iban a seguir hablando mal de esa persona ausente, para entonces el levantarse
y marcharse de allí pues no toleraría que hablaran mal de su compadre (o amigo)
a sus espaldas y con él (papá) secundando sus pusilánimes comentarios; y de ser
necesario se levantaba y se marchaba de esa mesa a menos que se cambiara el
tema o se interrumpiera el comentario malsano sobre el ausente.
Eso lo presencié yo en el club de suboficiales estando muy joven y desde
ese entonces entendí lo que era la lealtad y la fidelidad hacia un amigo, un
compadre o un superior, aprendí lo que es valorar a una persona sin necesidad
de que dicha persona se encuentre presente, simplemente por un sentido del
honor y de la verdadera amistad y estima hacia esa persona. Así lo aprendí y nunca
lo olvidé, e incluso lo pude hacer varias veces durante mi vida profesional, en
diversas reuniones junto a otros colegas y en una memorable oportunidad frente
al dueño y presidente de la empresa para la cual laboraba, quién en una reunión
de la alta gerencia, comenzó a atacar con el beneplácito de la administradora
corporativa, a quién había sido mi jefe durante largos años y se encontraba en
el exterior por razones laborales, o sea no estaba en la reunión; mis otros
colegas subordinados también a la persona ausente se miraron entre ellos y
callaron, sin embargo yo solicité respetuosamente la palabra y obviamente en
una actitud muy diferente a la de papá en la anécdota anterior pues se trataba
de gerentes civiles y no militares, y con el dueño de la empresa mirándome
fijamente, de manera cortes pero decidida comencé a desarmar cada uno de los
argumentos esgrimidos por la administradora que deseaba hacer literalmente
“leña con el árbol caído” con mi jefe y amigo ausente; ante mis claros y
contundentes argumentos, logré desmontar y debilitar cada uno de sus puntos
hasta que finalmente desistió de su embate contra la persona ausente y el
presidente de la empresa también cedió en su actitud inicial. Yo nunca le
comenté en esos términos aquella reunión a mi jefe a su regreso, pero parece
que el dueño de la empresa si lo hizo y le habló de mi decidida participación
en dicha reunión a su favor. Luego mi jefe me lo agradecería en una posterior
reunión con mis otros colegas que no se atrevieron a decir nada en aquella
oportunidad anterior. Yo insistí en que nada tenía que agradecerme pues yo solo
había hablado y demostrado cómo se trabajaba bajo su organización y directrices
sin permitir que por otros velados y oscuros intereses se tergiversara su
gestión.
Al día de hoy después de trabajar juntos de manera exitosa durante casi
20 años seguimos teniendo una gran amistad, afecto y respeto mutuo. Mi papá
podía darse por satisfecho pues había aprendido su lección de mi lejana niñez.
Papá tenía en esa época entre sus hobbies la fotografía y disfrutaba en
las reuniones y fiestas familiares con su cámara de fotografía y su filmadora
súper 8 grabando las escenas familiares, sociales y viajes, para luego de reveladas editarlas el mismo en su estudio y después compartirlas en una próxima reunión con
toda la familia.
También tenía un proyector de 32 m.m. donde podíamos disfrutar de
películas proyectadas en el patio en una especie de cine privado al aire libre
que disfrutábamos muchísimo en una época en que no existía el betamax o el VHS
y mucho menos la televisión a color.
La lectura siempre ha sido su gran pasión y su biblioteca poseía una gran colección de variadas enciclopedias y gran cantidad de novelas y libros clásicos, colecciones de Life con hermosas fotos, dónde resultaba un placer hacer una investigaciones para nuestras asignaciones (tareas) escolares sin tener que ir a una biblioteca pública y en una época dónde ni pensábamos en computadoras y menos en Internet. Por eso siempre he dicho que papá fue mi Google particular en mi niñez y hasta mi adolescencia.
Como esta son muchas las grandes vivencias y enseñanzas junto a mi
querido padre, que en su momento tal vez, no supe valorar, para que años más
tarde pudiese apreciarlas y valorarlas en su justa dimensión e incluso
adoptarlas como partes de mi misma vida… C’est La Vie…
Mi papá era exageradamente cariñoso y consentidor con nuestra hermana
menor Elizabeth Coromoto, con nosotros los varones también solía serlo pero de
una manera diferente, sin muchas caricias ni mingoneos, normalmente firme y
autoritario, también podía ser jocoso y muy afable, en especial cuando nos
contaba las anécdotas de su infancia merideña y también muy pedagógico cuando
se trataba de comentarios más actuales y recientes, de política, de historia,
de cultura general.
Nosotros aprendimos a
interpretar su mirada e incluso a saber cuándo se trataba de una corrección que
nos hacía o una seria llamada de atención con una simple mirada. Recuerdo que cuando éramos pequeños nos llamaba a cada uno con un apodo, a mí me decía “espigo” por mi contextura siempre delgada y espigada, a mí hermano Julio César le decía “negro viejo” por su piel de color morena como mi mamá, a quién también recuerdo llamándola afectuosamente “mi negra”. Realmente no recuerdo en que momento dejó de llamarme “espigo” pues nunca engordé, en cambio a mi hermano J.C. siempre lo siguió llamando “negro viejo” con mucho cariño y cuando años más tarde ya siendo yo un adulto cuarentón le pregunte por que había dejado de llamarme “espigo” me respondió a secas que él llegó a pensar que a mí no me agradaba que me dijera así… y allí quedó el tema.
Escribiendo estas líneas viene a mi memoria un recuerdo que nunca he
ventilado con nadie; yo tendría como 10 años y acostumbraba a sentarme con papá
en la sala de televisión (living room) a mirar con él las peleas de boxeo, que
era una de las pocas aficiones deportivas que le conocía. Yo estaba en pijama
con pantalón corto y se me veían mis delgadas piernas (flacuchentas) en eso
llegó mi mamá y mi papá comenzó a comentarle (tal vez pensando que yo no lo
escuchaba) que me mirara como tenía las “piernitas” de flacas y que yo parecía
a un niño de Biafra (país africano de breve existencia de una porción separada
de Nigeria) es decir un niño de los que se estaban muriendo de hambre en ese
entonces en 1969. Yo no entendí el comentario hasta que averigüé en la
biblioteca de papá en una publicación que se llamaba “Almanaque Mundial”
averigüé sobre Biafra y la situación que allí se vivía. Todavía hoy en día
tengo la duda de cuál fue el motivo de aquél comentario, pues en mi recuerdo no
identifico si era un reclamo hacia mi mamá o un descalificativo hacia mi
contextura, pues siempre fui delgado, en cuanto a reclamarle a mamá sería
ilógico, pues más comida y atenciones que las que nos brindaba ella lo
dificulto. También recuerdo que papá solía compararme con otros primos y amigos
de su fuerte contextura corporal en oposición a mi delgada contextura. Ahora en
retrospectiva pienso que más que un reclamo hacia mamá por nuestra alimentación
(lo cual sería infundado evidentemente), se trataba del comentario de un padre
que se sentía abochornado por la débil contextura de su hijo mayor y tal vez
fue por eso que dejó de llamarme “espigo” el cariñoso apodo que a mí tanto me
agradaba escuchar.
Barry's Farm en San Francisco, California, USA año 1969
De papá conservo muy hermosas anécdotas pedagógicas y formativas;
recuerdo cuando íbamos por la carretera hacia nuestra finca en el Guárico y
veíamos a un humilde hombre de campo caminado por la orilla de la carretera con
su ropa gastada y sucia, con un sombrerito todo roto y un machetico en la mano,
papá bajaba la velocidad de la camioneta para que pudiésemos verlo bien y luego
nos decía: “hijos ustedes están
acostumbrados a vivir bien y a escuchar que Venezuela es un país rico, un país
petrolero, pero miren bien a ese hombre para que vean que no todo es pura
riqueza, pues a ese pobre hombre no le ha llegado una sola gota de todo el
petróleo venezolano, y esa es una gran deuda social que tenemos con una gran
parte de nuestra población”
De igual manera era su trato benévolo y magnánimo con sus obreros y
empleados de la finca, a quienes les pagaba los mejores salarios de la zona,
incluso causando el descontento de otros propietarios de hatos y fincas, viejos
ganaderos terratenientes como los Felizola, Oraa, Camero, Molina Vega, quienes
le aconsejaban (o advertían) a su nuevo y joven vecino, que no mal acostumbrara
a sus peones con tan buena paga pues eso los haría quedar a ellos en una
posición incómoda ante sus propios trabajadores.
Papá no solo les pagaba un mejor salario sino que no escatimaba
esfuerzos para mejorar la calidad de vida de sus trabajadores, les suministraba
una porción de tierra para su propia producción familiar, les ayudaba a mejorar
su precaria vivienda, los beneficiaba al permitir que sus sementales preñaran
sus vacas criollas y así poder mejorar su raza y su producción de leche, les
suministraba alimentación adecuada para ellos y para su familia, en fin una
serie de lo que llamaríamos hoy en día “beneficios contractuales” para sus
trabajadores. Recuerdo que por ejemplo, llegaba a comprarle una nevera y se la
llevaba el mismo desde Caracas o Valle de La Pascua hasta la finca, y nunca se
la descontaba del sueldo al obrero, como lo habían pactado previamente; al yo
preguntarle una vez que por que hacía eso el simplemente me respondía: “hijo si yo no hago eso, ese hombre nunca va
a poder comprar una nevera, pues con el salario que gana semanalmente apenas
pueden sobrevivir él y su familia”
Con papá siempre he mantenido una posición de mucho respeto y admiración
pero poca sumisión, lo cual generó conflictos durante mi adolescencia; por
ejemplo él tenía como norma (de buen militar) ir todos los sábados a la
barbería a lo que él llamaba “mantener el corte” y nos llevaba a nosotros a la
misma rutina la cual acatábamos sin problemas, hasta que llegado yo a los 13 o
14 años, por allá en los años ’70, mis amigos comenzaban a lucir sus largas
cabelleras o sus afros según el tipo de cabello, y yo dejándome llevar por la
moda, me comencé a oponer al corte sabatino del cabello, sin pretender lucir
una frondosa cabellera, pero tampoco deseaba seguir luciendo un “corte militar”
y esto me traía serios problemas con papá en los cuales debía intervenir mi
adorada mamá. Parece tonto pero estas diferencias y la manera como se manejaron
producto de mi adolescencia, hicieron mella y provocaron un giro en nuestras
relaciones padre-hijo. Así como este caso también surgieron algunos otros actos
de rebeldía de mi parte, como el horario que nos imponía para el uso de las
motos, los severos castigos por bajo rendimiento escolar, lo cual representó
otro marcado punto de inflexión en nuestra relación filial, también pero de
menor relevancia fueron sus reprimendas por decir palabrotas (groserías)
mientras jugábamos en el patio de la casa con amigos, por perder alguna
consulta con mi ortodoncista, por burlarnos de nuestra hermana y de sus
amiguitas y otros asuntos cotidianos y casi normales en esa edad.
El hecho es que papá no acostumbraba a pegarnos con correa, como si
llegó a hacerlo mi mamá en algunas ocasiones, algún correazo alternado con un
buen chancletazo que debíamos tener bien merecido para que mamá llegara a esos
extremos, pero en el caso de papá a lo sumo un buen coscorrón con su anillo y
que eran bien dolorosos y por sobre todo sus duras reprimendas verbales, tipo
militar, como si se tratara de un oficial (como lo era él) llamando a la disciplina
de sus soldados (a nosotros que no lo éramos… o sí?)
nos increpaba a asumir nuestra responsabilidad en algún hecho, a decir
siempre la verdad y nos decía: “por la verdad murió Cristo”, a enmendar nuestro
vocabulario, en fin a darnos una formación y una buena educación según sus
parámetros. El caso es que mi hermano y yo normalmente llorábamos mientras él
nos gritaba sus reprimendas, pero llegó un momento que yo más que llorar lo
miraba fijamente a los ojos, sin bajarle la mirada como normalmente lo había
hecho mientras lloraba, simplemente lo miraba sin parpadear, no sé si con rabia
en mi mirada, pero él si lo interpretaba de esa manera y eso lo hacía ponerse
más airado y me increpaba directamente con su dura mirada mientras me decía:
“que No lo mirara así pues si a él lo miraba de esa manera alguien en la calle
no dudaría en sacar su pistola y ponérsela en la cabeza” lo cual nunca llegó a
hacer conmigo, pero la sola mención al hecho lo sentía como una dura amenaza o
agresión de su parte. Eso nunca se me olvidó y si bien es cierto que durante mi
adolescencia e incluso estando trabajando con él en la finca estando ya casado,
cuando teníamos algún altercado fuerte entre ambos, siempre terminada
diciéndome que yo lo miraba con odio, como si le quisiera “brincar encima”
(palabras textuales) que me prohibía que lo mirase de esa manera, mientras seguía su airada reprimenda diciendo que para eso él me había
criado con mucha comida y vitaminas… para que ahora terminara siendo su
enemigo… y cosas por el estilo.
Papá en una faena llanera en Sta. Ma. De Ipire
Hato Barbasquito - Año 1975
Allí ratifiqué que papá siempre impondría su criterio y su decisión por sobre
todas las cosas y que yo también con cierta tendencia dominante y autoritaria
era de carácter similar, si nos vamos a la astrología, quizás por ser ambos del
mismo signo Leo (yo del 11 de agosto y papá del 14 de agosto) lo cual hacía muy
difícil nuestra relación y el poder mantener una fluida comunicación entre
ambos, pues parecía que cada uno sentía que el otro se le quería imponer… un
choque de trenes al mejor estilo de un signo de fuego como Leo o de dos “indios
marrajos andinos”… Nada sencilla la cosa. Si me quedó muy claro que mi lugar de
trabajo y crecimiento laboral no estarían al lado de papá.
Incluso a los días de fallecer mi mamá, estando papá en Caracas, en el
apartamento donde vivíamos los dos (mamá y yo) tuvimos un pequeño altercado,
que no recuerdo a que se debió, y nuevamente salió a relucir la trillada frase
sobre mi mirada… de que “yo lo miraba con odio” y allí no aguanté más y le dije
que esa misma frase la estaba escuchando desde mi adolescencia (y le recordé
las anécdotas que acabo de relatar) y que yo pensaba que esa supuesta mirada de
odio era más producto de su imaginación que de un supuesto odio infundado de mi
persona hacia él, le dije que yo lo quería y que tenía mucho que agradecerle a
él y que no tenía ninguna razón para odiarlo y que mis ojos y mi mirada era la
única que tenía… que si a él le molestaba mi mirada que entonces de allí en
adelante yo le hablaría mirando al piso y así evitar que él se sintiera
“agredido” y así lo hice durante los días que estuvo en Caracas, evitando en lo
posible tener conversación directa con él y usando a mi media hermana Victoria
como “embajadora plenipotenciaria” en las relaciones padre-hijo, pues además
del gran dolor que sentía por la reciente muerte de mamá no deseaba entrar en
una polémica familiar innecesaria, extemporánea y evidentemente perjudicial
para ambos. Lo mejor era callar…
Diría Wittgenstein en su aforismo No. 7:
"De lo que no se puede hablar, hay que callar"
Papá procreo tres hijos en su matrimonio y tres hijas fuera del matrimonio, tiene actualmente (2018) 11 niet@s y 1 bisnieto.
Diría Wittgenstein en su aforismo No. 7:
"De lo que no se puede hablar, hay que callar"
Papá procreo tres hijos en su matrimonio y tres hijas fuera del matrimonio, tiene actualmente (2018) 11 niet@s y 1 bisnieto.
Ahora cuando escribo estas cosas pienso que toda esta situación familiar
fue determinante en mi decisión de querer formar mi propia familia a muy
temprana edad, como lo hice, casándome a los 19 años y emprendiendo una vida
aparte pero con el soporte económico de mis padres. Es decir que lo que yo
pretendía criticar por considerarlo algo “disfuncional” no me impedía el seguir
disfrutando y usufructuando del beneficio económico que me proporcionaba… todo
un trabalenguas moral y existencial que dejo aquí plasmado para mi propia
reflexión y para dejar claro como “toda situación en la vida depende del punto
de vista del observador” y más que del “punto” yo agregaría que de él tiempo y
la edad desde dónde se ubique el “observador” o el sujeto de los
acontecimientos (cosas veredes mi
querido Sancho…)
(continuará en próximas entregas...)
(continuará en próximas entregas...)
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Namasté