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Estoy Cansado de tanta miseria, y creo que cuando no se puede vivir con dignidad es preferible morir dignamente…
Estoy Cansado de tanta miseria, y creo que cuando no se puede vivir con dignidad es preferible morir dignamente…
Existe una delgada línea entre la realidad y la imaginación que se
fusionan, con las penurias y los desvelos propios del agotamiento mental y el
evidente deterioro que poco a poco se han ido apoderando de mi mente y de mi
cuerpo.
En estas líneas no pretendo narrar toda mi vida, solamente escribo para
mí mismo, para drenar mis angustias y mis desvelos, para ocupar el espacio que
deja la soledad y el dolor, también escribo para reconocer mis errores y así
dejarlo plasmado en estas líneas. Es un pequeño recuento sobre mi persona, mi
origen, mi crianza, algunos hechos relevantes y otros bochornosos.
He copiado algunas citas y párrafos completos de autores conocidos que
alguna vez leí y también de maestros que conocí en mi vida y que con sus enseñanzas
y aportes ayudaron a nutrir mi existencia y a comprender un poco mejor la vida
y también la muerte.
Escribo sobre la vida misma, del camino que nos toca recorrer para vivir
y para aceptar la muerte; de los giros que puede tomar nuestro camino o nuestro
destino, se trata del largo sendero que me ha tocado recorrer para aprender a
interpretar lo que realmente significa vivir y morir, para tratar de saber cuál
era mi misión en este plano… a veces también escribo para encontrarme conmigo
mismo y otras veces para buscar un poco de fortaleza y aliento dentro de mis
propias experiencias y vivencias pasadas, o en las de otros y así poder
vislumbrar "la luz al final del túnel" o en su defecto para saber
cuándo debo "apagar la luz y salir sin hacer ruido"…
En los momentos en que escribo estas líneas me siento realmente abatido,
derrotado, abandonado, enfermo y adolorido; sin ninguna razón para seguir
viviendo o mejor dicho para seguir sufriendo…
Sería una bendición poder ponerle fin a este constante sufrimiento,
dolor e incertidumbre en que se ha convertido mi vida o más bien debería decir mí
miserable existencia o mi tortura terrenal. Tan cierta es esta percepción
fatalista que me acompaña, que estoy seguro que el Infierno si existe, pero no
en la otra vida, no en otro plano, como lo predican la mayoría de las
religiones... sino más bien aquí mismo, en este plano terrenal, donde se paga
todo lo que hacemos en “carne propia” y a veces multiplicado por mil. Parece
ser cierto aquello de que nada escapa a los ojos del Creador o que todo está
regido por la justicia divina y “no hay
plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”.
La fatalidad que me acompaña en estos últimos tiempos comenzó al inicio
del fatídico año de 1999, luego de separarme abruptamente de mi segunda esposa
en enero, empiezan en mí vida una serie de eventos muy negativos, entre febrero
y marzo, me anuncian que estaban prescindiendo de mis servicios profesionales en
la empresa para la que laboraba, o sea sin mujer, sin hija y sin trabajo...
solo faltaba que me quedara sin vivienda o sin carro... o que se muriera Micky
(mi querido perro)... o que me diagnosticaran una enfermedad mortal o
catastrófica...
o tal vez todas y cada una de estas situaciones,
cada una a su debido tiempo... Es mejor no llamar al demonio, ya que “el
destino baraja y nosotros jugamos” así que nunca se sabe que podría ocurrir.
Para el mes de junio y ante la imposibilidad de conseguir un nuevo
empleo, se le agrega a esto las dificultades que comienzo a tener con el
inquilino de mi vivienda arrendada en Caracas, el cual argumenta tener
problemas económicos para honrar su compromiso y deja de pagar el alquiler,
ingreso este con el que yo estoy cubriendo todos mis gastos en ese momento, entonces
debo comenzar a contemplar la posibilidad inmediata de desocupar la vivienda
alquilada que habitaba hasta esos momentos en Barquisimeto; lo que se
materializó con mi mudanza en agosto de ese mismo año.
Debí trasladarme a otra ciudad (Barinas), como destino intermedio
mientras lograba que desocuparan mi vivienda en Caracas para poder regresar a
ella como era mi deseo.
Así entre perdidas, traslados e inconvenientes de todo tipo llegué al 17
de diciembre de aquel nefasto año de 1999, cuando debido a unos malestares de
salud que venían acompañándome (también) durante gran parte de ese terrible
año, decidí realizarme unos exámenes y análisis de laboratorio, para poder
determinar el origen de mis dolencias y padecimientos, los cuales se habían ido
agravando en los últimos meses, por lo que me vi en la imperiosa necesidad de
acudir a un médico, el cual me indicó los exámenes que debía realizarme para
poder hacer un diagnóstico del malestar que venía manifestando durante largos
meses.
Desde que recibí aquel diagnóstico hace 19 años comencé lo que podría
ser "el final del camino" y así lo sentí en aquel momento, como una
sentencia de muerte en la que ese final era inminente.
Sentí que todas las calamidades se habían puesto de acuerdo para
acecharme sin piedad, que todos los males que pudieran existir se arrojaban
sobre mí de manera inclemente
Luego con el tiempo como aliado, con ayuda
profesional y mucho trabajo mental, inspiracional y emocional entendí que si
bien era cierto que podía ser un aviso de mi proximidad al final del camino,
también podía ser una oportunidad para poner en orden mi vida, mis
sentimientos, mis prioridades, mis deseos, mis inquietudes e incluso mis
asuntos "pendientes"...
En todo este recorrido de este largo y tortuoso camino, además de mí
realidad, siempre he sentido a la muerte como compañera inseparable,
independientemente de que han habido buenos y malos momentos, ella siempre ha
estado próxima a mí, bien sea para recordarme que todo lo que haga será
irrelevante pues la resultante neta siempre será a su lado, y otras veces para
enseñarme que todo lo que haga debo hacerlo y disfrutarlo como si pudiese ser
la última vez que lo disfrute, pues "hoy estamos aquí y mañana no lo
sabemos", así que gracias a esta "compañera" aprendí a disfrutar
de las cosas más sencillas y cotidianas que suelen pasar inadvertidas para la
mayoría de nosotros por lo elemental y natural de su origen y procedencia, así
que aprendí a disfrutar de un hermoso amanecer, del canto de los pájaros, del
olor de la lluvia, de una noche de hermosa luna llena, a disfrutar al
contemplar las estrellas, a estar solo en una montaña nublada y fría, a un
atardecer a la orilla del mar, a disfrutar de él silencio y la soledad, de la
bondad de algunas personas, de la sabiduría de los ancianos, de la fidelidad de
los animales, aprendí a vivir con agradecimiento y alegría, como un niño de
corta edad ante lo que le ofrece la vida cada día y sobre todo aprendí a dar y recibir bendiciones…
Aprendí que lo mejor que se puede hacer con la muerte es aprovechar la vida
al máximo...
Siento que estoy pasando por el peor momento de mi vida, pues nunca
antes había estado en la situación tan dura y tan difícil como en la que me
encuentro actualmente.
He sentido el miedo, el aislamiento… porque
no hay nada que aísle tanto como la enfermedad, aún con todas las buenas
intenciones y el amor del entorno, el enfermo está solo en su realidad.
Sé que no soy el único y que seguramente hay personas en condiciones
mucho más críticas que las mías, pero eso no me sirve de aliento y más bien me
hace recordar una frase o refrán que repetían muchos mis educadores, los padres
Agustinos: “Mal de muchos consuelo de tontos” así que realmente el estar
consciente de que la mala situación se ha extendido como la pólvora en estos
últimos tiempos en Venezuela, no me sirve como aliciente para seguir adelante…
Todo lo contrario, el reconocer que esta situación generalizada tiende a
agravarse y agudizarse con el transcurrir de los días en el país, viendo lo
difícil que es poder "sobrevivir" en medio de esta situación de
crisis y colapso, casi de "guerra civil", con una hiperinflación o
estanflación donde el dinero apenas alcanza para cubrir algunas necesidades
básicas, solo me hace sentir que ya nada tiene sentido y que solo me queda
esperar que suceda un milagro o en su defecto que con el “favor de Dios” yo
pase a “mejor vida” y así ponerle fin a todas mis angustias y a todas mis
necesidades...
(Continuará en futuras entregas...)
“No hay felicidad o infelicidad en este mundo; sólo hay comparación de
un estado con otro. Solo un hombre que ha sentido la máxima desesperación es
capaz de sentir la máxima felicidad. Es necesario haber deseado morir para
saber lo bueno que es vivir”. El conde de Monte Cristo – Alexandre Dumas.
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Namasté