Cuando la operadora interrumpió mi siesta y medio boba dije que si a una breve encuesta de tres minutos nunca me imaginé que me fueran a preguntar que qué era lo que más valoraba en mi vida. Colgué sin saber de que iba esa destemplada encuesta porque me dio la sensación, mezcla de pudor y sinceridad, de que ni era la hora, ni el momento y mucho menos la persona indicada para hacerme ese tipo de preguntas. Hasta tuve un momento para preguntarme que tendrían que ver aquello que yo más valoro en la vida con las nuevas tarifas para mi móvil; los de IKEA no podían ser, ellos solo llaman para recordarme que ya puedo ir a recoger mi tarjeta.
Me sobrepuse con agua caliente y un par de galletas mientras la tarde hacía su entrada por el visillo de la cocina. Mi tratado de lo valioso aun está por escribir. Cuenta con un buen puñado de páginas escritas, de aventuras y desventuras, algunas reescritas porque soy de las personas que piensa que si puedes cambiar una cosa por otra mejor y ahí lo dejo.
Los valores son como duendes que aparecen por el bosque cuando a ellos les da la gana pero también cuando se te ocurre invocarlos y llamarlos por su nombre, o entonando o tarareando la melodía que a ellos les place escuchar. Su tamaño varía, desde los más pequeños que una seta, hasta los más grandes que llegan a superar las copas de los árboles. Yo he conocido personas que me han contado que han llegado a ver valores de dimensión descomunal, como del tamaño del gigante de Juanito y las judías mágicas.
Los valores de uno puede verlos uno pero uno no puede ver los valores de los demás porque son como invisibles, habitan el mundo del subconsciente, una foresta hermosa y profunda de vegetación que alberga arroyos y umbrías por donde la luz apenas entra. No obstante ese desconocido lugar es el que proporciona el sustento como las raíces que nutre la sabia que recorre cada una de las partes del todo. Aunque conocemos su química a través de sus distintos elementos, existe una magia aún desconocida del todo que proporciona un universo de sustancias.
Que qué es lo que yo más valoro en mi vida, no lo sé. No sabría responder con exactitud a esa pregunta. Es verdad que siento un gran aprecio por la libertad. Cuando ese enano que habita debajo de una seta me ha permitido conseguir todo aquello que he deseado y lo he disfrutado plenamente hasta que suena el teléfono. Es el presidente de la comunidad que me recuerda amablemente que el próximo sábado hay junta y mientras mis pies buscan mi calzado, el bosque se ha desvanecido por entre las baldosas de mi comedor.
Vidal & Miranda
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Namasté