A todos nos gusta la buena vida ¿cierto? Aunque si desmenuzamos el término cada quien tendrá su idea de lo que significa. Posiblemente coincidiremos que en el fondo la buena vida nos trae felicidad, paz y prosperidad. Pero de allí a cómo se manifiesta hay muchas diferencias.
Hace 20 años la imagen de alguien dándose buena vida era un ejecutivo bebiendo escocés a bordo de un gran yate. Una de esas fotografías de publicilandia, donde el que más tiene es el mejor. Bajo la luz rojiza del atardecer y con sonrisa de ortodoncia, el ejecutivo se fumaría también un habano mientras ve pasar las horas en su reloj de oro.
Pero los tiempos cambian y ahora sabemos que la buena vida tiene otros referentes mucho más sencillos y profundos...
Vivir bien significa tener calidad de vida, y esa calidad está relacionada con la salud, la felicidad y el balance. Ya no es simple asunto de acumular: se trata de saber disfrutar lo que tenemos. Para volver a la imagen de nuestro ejecutivo, una buena vida sería tomarse ese mismo escocés, o un té frío, en un bote que no le ha costado años de separación de su familia, canas producto del estrés y un sobrepeso producto de la mala alimentación. Además si no está a bordo del yate más grande de la bahía, a nuestro ejecutivo no le importaría: la buena vida se trata de disfrutar lo mismo en una balsa que en un crucero.
Hace un tiempo, en una agradable sobremesa, mi amigo el chef Sumito Estévez relacionaba este concepto de la buena vida y el buen gusto con los cambios en la forma de entender el placer al comer. Hoy en día ya es asunto de tragar mucho sino de verdaderamente saborear. Este cambio nos lleva a buscar una mejor relación con el entorno y con nosotros mismos. Y eso lo logramos tomando a cada instante decisiones conscientes.
A Sumito le gusta hablar de la “chequera interna”; esa que mide los valores más allá de lo material. El saldo de esa chequera tiene mucho más que ver con la buena vida que la otra, la del banco. Porque hay algo de cierto en que el dinero no hace la felicidad, pero la facilita… hasta cierto punto.
Hace unos años se realizó un estudio en la Universidad de Princeton sobre la relación entre el dinero y la felicidad. Uno de los hallazgos interesantes es que en la medida que las personas tenían un aumento en sus ingresos, su sensación de felicidad aumentaba. Pero mira esto: después de cierto punto podían seguir aumentando los ingresos y la felicidad se estancaba, o incluso, disminuía. Un poco más hacía mucho; pero mucho más, no.
Por eso son tan importantes las decisiones conscientes que tomamos a cada instante para alcanzar esa buena vida. Si lo que estás comprando con tu cuenta corriente bancaria tiene en rojo tu chequera interna, estás haciendo un mal negocio.
En estos tiempos cuando no es una excentricidad hablar de humanizar las empresas, balancear las esferas personales y profesionales o de manejar salarios emocionales, tiene mucho más sentido hablar de buena vida en función de una felicidad profunda y auténtica. Esa que hace unos años se suponía que alcanzarías cuando tuvieras todo aquello que debías tener antes, como si fuese una suerte de premio a los sacrificios.
Resulta ser que todo esto lo puedes alcanzar ahora. Seas dueño de un yate o de un patito inflable.
Por: Eli Bravo (@elibravo) el 26/06/2016 · Bienestar emocional
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