Los médicos acorralan en la remota selva de los yanomami al parásito culpable de la ceguera de los ríos, tras haberlo eliminado del resto de América
En medio de la selva virgen, es difícil explicarle a un indio yanomami que no puede dar un paso para ir de un árbol a otro porque un hombre blanco decidió que por ahí pasa la línea imaginaria que traza la frontera entre Brasil y Venezuela. Desnudos y obviamente sin pasaporte, los yanomami siguen cruzando la frontera a su antojo, como han hecho desde siglos antes de que existiera una raya divisoria. El problema, explica el médico salvadoreño Mauricio Sauerbrey, es que los yanomami transportan con ellos a un monstruo: un gusano que ha dejado ciegas a 500.000 personas en el mundo. Y los médicos que persiguen al parásito no pueden atravesar alegremente la frontera.
En 2005, más de 140.000 personas de América Latina estaban infectadas por el gusano, en Colombia, Ecuador, México, Guatemala, Brasil y Venezuela. Pero una exitosa campaña médica, que ha distribuido 11 millones de dosis de antiparasitario, ha conseguido barrer al enemigo, responsable de la llamada ceguera de los ríos, una enfermedad olvidada conocida entre los científicos como oncocercosis. El último refugio del gusano en América es la tupida selva de los yanomami.