(o la mariposa dorada de la alquimia)
La muerte como la última mutación con la que se puede
acceder a la eternidad. El entendimiento de la muerte como la energía que llama
a la vida a superar su estadio y emprender el vuelo consciente del espíritu.
“What the caterpillar calls the end of the
world, the master calls a butterfly”,
Richard Bach
La sincronicidad de la muerte de estos últimos
días es la motivación de escribir este artículo, básicamente una reflexión
rizomática sobre la posibilidad alquímica de que la vida y el cuerpo humano se
conviertan en un vehículo para acceder a una realidad superior sin perder la
conciencia. Y que la muerte es esa posibilidad (de lo imposible), la última
mutación.
Autor: Aleph de
Pourtales
En diversas partes del mundo en estas fechas se
celebra la apertura de una especie de portal entre los vivos y los muertos —las
almas fantasmales que vagan entre mundos, según algunas representaciones, sin
saber que han muerto, apegadas a imágenes de su pasado. Lo más notable de esta
fecha es que justamente hace de la muerte una celebración, una fiesta, y aunque
el profundo simbolismo de esto parece haberse perdido, el espíritu se
rescata.
Diversas culturas y tradiciones ocultas han
entendido la muerte como un aliado. En alguna de esas Mil y una Noches árabes
que simulan el infinito se dice que el día de la muerte es más importante que el
día del nacimiento. Esto es lo que intentaremos dilucidar aquí.
La sincronicidad de la que hablé al inicio de
este post comenzó cuando estaba en el hospital, hace unos días, después de un
proceso de anestesia y acaso dosificado por un sutil cóctel de morfina (la
“muerte fina”). Mi mente empezó a divagar entonces por los recovecos de mi
memoria, anaqueles de una biblioteca etérea que estaba en ese momento ordenada
de una manera fuera de lo común, permitiendo realizar conexiones en diferentes
niveles. Cierta sensibilidad me hizo pensar que si bien los hospitales son
lugares deprimentes, pensar en la muerte no lo es. Al contrario, pensar en la
propia muerte, es la motivación más grande —de una forma para mí análoga, los
astrofísicos han descubierto que los agujeros negros podrían ser la fuente más
grande de energía del universo.
Sin poder dormir leí una frase de Steve Jobs,
quien acababa de morir, que me llamó la atención (aclaro que no soy un gran
admirador de este CEO casi consagrado). La frase es la siguiente:
“La muerte es seguramente la mejor invención de
la vida. Es el agente de cambio de la vida”.
Me llamó la atención cómo Jobs, moralmente
cuestionable pero ciertamente un hombre que pudo manifestar su voluntad en el
mundo, sugiere que la muerte era lo que lo movía a hacer.
Unos días después estaba traduciendo para Pijama
Surf el texto de Aeolus Kephas de La Promesa de la Serpiente que tiene el siguiente
epígrafe:
"Los brujos dicen que la muerte es el único adversario digno
que tenemos… la muerte es nuestro retador… La vida es un proceso a través del
cual la muerte nos reta… La muerte es la fuerza activa en nosotros. La vida es
el escenario. Y en ese escenario hay dos contendientes en todo momento: uno
mismo y la muerte… Somos pasivos… Si nos movemos, es solo cuando sentimos la
presión de la muerte"
(Carlos Castaneda, The Power of Silence).
Estas dos citas claramente se vinculan. La
muerte, paradójicamente, como fuerza activa de la vida: frontera magnética,
extraño atractor, punto omega de nuestro microcosmos. Ya lo había hecho Freud
describiendo el orgasmo con una pequeña muerte (en términos más modernos
podríamos decir que es un fractal de lo que ocurre al morir). Por otra parte,
tenemos las descripciones de algunos psiconautas que comparan un viaje de DMT
con lo que la cultura relaciona emblemáticamente con la muerte —la luz en el
túnel, la fusión con el universo o la divinidad, la memoria de toda una vida
estallando— pero también, a la vez, con una sensación erótica de estar teniendo
sexo y experimentando un orgasmo inmenso.
En la filosofía chamánica de Don Juan Matus, el
brujo que aparece en los libros de Carlos Castaneda, según expone Aeolus Kephas
en el artículo citado, el hombre debe de burlar las fauces despiadadas del
universo predatorial (el Águila) si no quiere regresar al abismo de la materia,
fundirse con el Todo, pero perder su individualidad, la oportunidad, quizás, de
convertirse en una especie de demiurgo consciente. Para hacer esto debe operar
su cuerpo para transformarlo en un vehículo energético capaz de mantener su
memoria y conciencia individual ante el sacudimiento del infinito.
«Cuando una persona muere en un estado
completamente “activado” —con todas las células individuales unidas para formar
un circuito— la red completa se puede transformar en un vehículo para ser
poseído por el “Espíritu”, una “Merkaba” para que la conciencia divina se
deslice hacia la eternidad —fundiéndose con el infinito y conservando a la vez
los remanentes de su auto-conciencia», explica Kephas.
Esta versión posmoderna de la vida después de la muerte ha sido
expresada misteriosa y poéticamente por la alquimia desde hace miles de años.
Podemos creer, incluso, que es la base de todo misticismo. Es el significado
oculto y más rutilante del cristianismo (en el misterio de la resurrección) que
se desprende de la religión egipicia y tiene en Osiris, como dios solar que
renace, un claro avatar. Quizás las religiones, como instituciones de poder, son
principalmente métodos de ocultamiento y de simbolización de un conocimiento que
es fundamentalmente individual: el aprender a morir y transmutar la materia en
espíritu. Y como entes colectivizantes, que obtienen su poder de la ignorancia
de las masas, de su capacidad de pastorearlas, podemos esbozar la hipótesis de
que las grandes religiones han cuidado con máximo celo este conocimiento, al
punto de que se ha tergiversado la sabiduría y las enseñanzas de la antigüedad
y, paralelamente, se han formando sociedades secretas y ritos inicáticos.
Siguiendo con la sincronicidad temática que
culmina en esta visión de la muerte como el arte de la mutación y verdadero
significado de la obra alquímica, encontre en mi lectura de esta semana un breve
libro de Roberto Calasso, Los jerogíficos de Sir Thomas Browne, una
sublime manifestación de esta energía de la muerte que madura la vida.
Sir Thomas Browne, como Athanasius Kircher y
otros más, pertenece a un selecto grupo de escritores, filósofos, bibliotecarios
y coleccionistas cristianos que practicaron el neoplatonismo hermético y se
acercaron al Ars regia de la alquimia. En su obra Religio
Medici, Sir Thomas Browne expresa una lúcida concepción del alquimia desde
el cristianismo:
«Ahora bien, la naturaleza no es una desviación
del arte ni el arte de la naturaleza, pues ambos son solo los sirvientes de la
providencia: el arte es el perfeccionamiento de la naturaleza;
si el mundo estuviera como estuvo en el sexto día de la creación, aun habría un
caos: la naturaleza ha producido un mundo y el arte otro. En resumen, todas las
cosas son artificiales, pues la naturaleza es el arte de Dios».
Pero en un pasaje más largo, sin duda memorable,
donde Browne vincula el arte de la alquimia con la muerte como máximo proceso de
metamorfosis, explica:
«En aquel mundo oscuro que es el útero de nuestra
madre, nuestra estancia es breve y se mide por las lunas pero es, incluso así,
más prolongada que los días completos de muchas criaturas bajo el sol [...],
luego ingresamos al escenario del mundo y nos convertimos en otra criatura y
practicamos las acciones razonables del hombre y proyectamos veladamante esa
parte de divinidad que llevamos en nosotros pero nunca hacemos de manera total
ni perfecta hasta que desechamos también nuestra segunda placenta, es decir,
este revistimiento de la carne, y llegamos al ubi de los espíritus. La
noción superficial que tengo de la piedra filosofal (que es mucho más que la
perfecta exaltación del oro) me ha enseñado mucha teología y ha instruido a mi
creencia sobre cómo el espíritu inmortal y la substancia incorruptible de mi
alma puede yacer en lo oscuro y dormir mientras permanece en esta casa de la
carne. Las extrañas y místicas trasnmigraciones que he observado en los gusanos
de seda transformaron mi filosofía en teología [...]. Por ello he rechazado
todas las estrictas definiciones que hablan de la muerte como “privación de la
vida”, “extinción del calor natural” o “separación del cuerpo y el alma”, y me
he formulado una nueva definición hermética que se acomoda a mis propias
convicciones: est mutatio ultima qua perfictur nobile ilud extractum
microcosmi, pues para mí, que considero las cosas desde un punto de vista
experimental y natural, el hombre no es sino una transformación, una fase
preparatoria para el último y glorioso exlixir que yace aprisionado tras las
cadenas de la carne».
La parte velada “de divinidad” es a lo que Sir
Thomas Browne, en otra parte, se referiría como “el sol invisible” (en su
hermosa y legendaria frase: “life is a pure flame and we live by an invisible
sun within us”). También es el crisol en el que “el gusano de seda” podrá tener
su crisálida. Morir mas vivir: est mutatio ultima qua perfictur nobile ilud
extractum microcosmi: “la ultima mutación por medio de la cual se
perfecciona lo noble que se extrae del microcosmos”.
Aquí también tenemos un brillante entendimiento
del hombre, y de la naturaleza, como transformación, al igual que la alquimia
donde se concibe al universo como un proceso de refinación de la materia o
espiritualización. Todo es devenir, podríamos decir, también invocando al gran
químico Ilya Prigogine. Un antiguo aforismo de la alquimia reza: ”El arte no
crea ninguna semilla”. La labor del alquimista es liberar la quinta
essentia, en su propio atanor, para que se transforme en el corpus
resurrectioni, el cuerpo más allá del cuerpo, el cuerpo de luz, el cuerpo
crístico.
«Los metales tienden todos a convertirse en oro, y sus
correspondientes microcósmicos tienden paralelamante a transformar el cuerpo
en corpus resurrectionis, pero la naturaleza se ha petrificado en una
etapa de este proceso: el opus alchymicum disuelve antes que nada dicha
petrificación reduciendo los elementos a la prima materia y de esta, a través
de varias fases y regímenes, libra la lapis philosophoroum, que en
muchos textos se compara con Cristo», escribe Roberto Calasso.
Esta descripción es notablemente parecida a la
intención del yoga de desbloquear los nadis, los canales energéticos,
para que fluya la fuerza vital o Kundalini. La petrificación del cuerpo —un
resultado de la densidad mental— no deja fluir la energía que tiende, como un
geíser, hacia arriba. Por alguna razón misteriosa esta tendencia aurífera de los
metales, que es tambien la tendencia de la materia a espiritualizarse (expresada
por Teilhard de Chardin bajo el concepto de complejificación), ha sido
interrumpida. Quizás es esta una de las consecuencias de lo que se conoce como
la Caída o la expulsión del Paraíso: una especie de corto circuito en el proceso
natural de iluminación. Según señala el Génesis, Dios hizo que Adán participara
de la muerte y regresara al polvo del cual fue hecho. La alquimia, como un hack
de la divinidad, como una mordida íntegra al Árbol de la Vida, posibilita ese
estado inmortal, justamente a través de la muerte, el momento en el que se
enfrenta y purifica este estigma. Para el cristianismo la forma de superar este
estigma es a través de la penitencia y de la expiación, plantarnos ante San
Pedro, arrepentirnos y contarle nuestros pecados; la alquimia postula que es
necesario una expiación (destilación) pero de la historia psicofísica de una
persona para, en el momento de la muerte, poder realizar el vuelo del alma, la
psicrisálida. La diferencia es que la alquimia no depende de la
intercesión de una entidad superior, sino de la liberación de esa entidad que
yace oculta en el cuerpo.
Al igual que Sir Thomas Browne, el poeta John
Donne entendió la transmutación alquímica de la muerte desde el cristianismo y
el amor romántico, en el Epitafío para sí mismo, dedicado a la condesa de
Bedford:
Aunque ninguna losa te cuente lo que fui,
podrás
ver dentro de mi tumba lo que tú eres;
mas aún no llegas a tal punto: hasta que la
muerte
nos acueste aquí para madurar, no somos sino
arcilla terca;
nuestros padres nos hacen barro y el alma, que
dignifica,
nos torna en vidrio, aquí yacemos para volvernos
en oro.
Y también en la Elegía para Lady Markam:
Al igual que los chinos que, al pasar una era,
recogen porcelana donde habían enterrado
arcilla,
así en esta tumba (que es alambique y ahora
refina
los diamantes, rubíes, zafiros perlas y minas
que hacían su carne) su alma transmutará
la carne sustancia tal, que Dios, cuando con su
último fuego
anule el mundo, por recompensarla, la hará
y nombrará el Elíxir de este Todo.
Ambos poemas conciben a la muerte como el proceso de maduración y mutación en
el que la vida fructifica hacia la divinidad, en términos alquímicos, donde la
tumba se convierte en el laboratorio del alquimista. En el caso de Donne el
llamado es al alma, que dignifica el barro, a transmutar la carne. Lo cual
podríamos entender como la posesión de la divinidad que finalmente culmina
durante la muerte.
Por último queda hacer referencia a la mariposa que se erige como símbolo de
la muerte alquímica, de la transmutación del cuerpo en sol, o en oro, o en
espíritu. En el caso de Castaneda tenemos un interesante episodio en Relatos
de Poder en el que Don Juan le dice que “las polillas [mariposas negras]
son los heraldos, o mejor áun, los guardianes de la eternidad” y que “las
polillas llevan un polvo en sus alas, un polvo de oro oscuro. Ese polvo es el
polvo del conocimiento”. Las polillas, como cualquiera podría adivinar
viéndolas, han sido relacionadas con la muerte por diferentes culturas; ese
polvo de eternidad, ese polvo de conocimiento, podríamos decir que es la
muerte.
También en el libro de Calasso sobre Sir Thomas Browne encontramos en el capítulo sobre los jeroglíficos la descripción de un antiguo emblema relacionado con la divisa del Emperado Augusto —Semper festina Lente (“siempre apresúarte con calma”)— en el que aparece un cangrejo y una mariposa. Waldemar Deonna describe la figura como un símbolo que va más allá de la conjunción de la lentitud y la rapidez. Dibuja las dos puertas solsticiales, Cáncer y Capricornio, ianua inferni y ianua coeli, la puerta del infierno y la puerta del cielo. La mariposa se convierte en un símbolo del renacimiento del Sol en el solsticio de invierno, fecha también relacionada con el nacimiento de Jesús (y ahora con el supuesto fin de una era planetaria según el calendario maya). El cangrejo es el animal del mar, de la madre, de la materia que sale del agua en su proceso evolutivo que culmina en la elevación espiritual de la mariposa. El Sol muere ese día, desciende a la máxima oscuridad. Pero renace como un ser espiritual, procediendo con calma dentro de la premura de las tinieblas. La mariposa es tradicionalmente el animal del alma; a la diosa Psique se le representaba como una mariposa.
Regresemos a la cita inicial de este artículo de Richard Bach, la cual podemos traducir como “Lo que la oruga llama el fin del mundo, el maestro llama la mariposa”. En este sentido, lo que nosotros llamamos la muerte y el fin de la vida, el alquimista llama la transformación. El cuerpo puede ser ese puerto espacial del cual se despliegan las alas de oro del espíritu y surcan la eternidad sin perder conciencia de haber sido la oruga, el cangrejo, el hombre y siempre Dios.
Autor: Aleph de Pourtales
FUENTE:http://pijamasurf.com/2011/11/la-muerte-o-el-arte-de-la-mutacion-la-mariposa-dorada-de-la-alquimia/
También en el libro de Calasso sobre Sir Thomas Browne encontramos en el capítulo sobre los jeroglíficos la descripción de un antiguo emblema relacionado con la divisa del Emperado Augusto —Semper festina Lente (“siempre apresúarte con calma”)— en el que aparece un cangrejo y una mariposa. Waldemar Deonna describe la figura como un símbolo que va más allá de la conjunción de la lentitud y la rapidez. Dibuja las dos puertas solsticiales, Cáncer y Capricornio, ianua inferni y ianua coeli, la puerta del infierno y la puerta del cielo. La mariposa se convierte en un símbolo del renacimiento del Sol en el solsticio de invierno, fecha también relacionada con el nacimiento de Jesús (y ahora con el supuesto fin de una era planetaria según el calendario maya). El cangrejo es el animal del mar, de la madre, de la materia que sale del agua en su proceso evolutivo que culmina en la elevación espiritual de la mariposa. El Sol muere ese día, desciende a la máxima oscuridad. Pero renace como un ser espiritual, procediendo con calma dentro de la premura de las tinieblas. La mariposa es tradicionalmente el animal del alma; a la diosa Psique se le representaba como una mariposa.
Regresemos a la cita inicial de este artículo de Richard Bach, la cual podemos traducir como “Lo que la oruga llama el fin del mundo, el maestro llama la mariposa”. En este sentido, lo que nosotros llamamos la muerte y el fin de la vida, el alquimista llama la transformación. El cuerpo puede ser ese puerto espacial del cual se despliegan las alas de oro del espíritu y surcan la eternidad sin perder conciencia de haber sido la oruga, el cangrejo, el hombre y siempre Dios.
Autor: Aleph de Pourtales
FUENTE:http://pijamasurf.com/2011/11/la-muerte-o-el-arte-de-la-mutacion-la-mariposa-dorada-de-la-alquimia/
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