Grandes Maestros del Espíritu: William Blake
Segunda entrega de esta serie dedicada a aquellos hombres
que han facilitado el camino de la humanidad hacia la luz; William Blake, el
cartógrafo metafísico que buscó la purificación colectiva a través de su arte.
“I rest not from my great task!
To open the Eternal Worlds, to open the immortal
Eyes
Of Man inwards into the Worlds of Thought, into
Eternity.”
En lo personal me cuesta trabajo imaginar a una
persona que reúna tantos y tan refinados talentos como William Blake. Su
exquisito diálogo con el lenguaje, su impecable lucidez para observar y enlazar
realidades, su elegancia para venerar el pulso divino del hombre, la
imaginación, y su virtuosismo como grabadista, hacen de Blake una figura tan
radiante que puede iluminar (con la misma probabilidad que desquiciar) a aquel
que profundiza en su obra.
Afortunadamente este texto no aspira a ese épico
ejercicio que sería realizar una semblanza de este genio británico. En realidad,
solo trataremos de penetrar un aspecto que a pesar de impregnar la totalidad de
su figura, lo cierto es que por si solo, lamentablemente, no le hubiese valido
para entrar en los libros de historia: su desbordante misticismo.
Caroline Spurgeon, una de las críticas literarias
más prestigiadas del siglo XX, enfatizó acertadamente en la resonancia
espiritual de Blake.
“William Blake es uno de los grandes místicos del mundo; y es por mucho el más grande y más profundo entre los angloparlantes. Como Henry Moore y Woodsworth, vivió en un mundo de gloria, de espíritu, y de visiones, lo cual para él constituía el único mundo real.”
Para Blake la ‘realidad’, es decir todo aquello
con lo que interactuaba a través de su percepción, era intrínsecamente sagrada
–lo cual me recuerda a aquellos dialectos tribales en donde no existe el termino
sagrado pues no pueden concebir algo que no lo sea. Esta disposición a los
planos etéreos fue causa, o tal vez consecuencia, de una serie de encuentros
místicos que tuvo desde pequeño, y los cuales le acompañarían a lo largo de su
camino.
A los cuatro años Blake observó a Dios mirando a
través de una ventana. Cinco años después experimentaría una especie de
desdoblamiento espiritual que le colocaría frente a una singular escena: “un
árbol repleto de ángeles, brillantes alas angelicales cubriendo cada rama como
si fuesen estrellas”. Sobra decir que estos episodios marcarían el resto de sus
días –incluso podríamos especular si actuaron como detonador de sus exquisitas
dotes artísticas.
En su libro Sages and Seers (1959), el
gran erudito de lo oculto, Manly Palmer Hall, incluyó a William Blake como una
de las figuras prominentes del mundo de la magia –el genio británico aparece
junto a personajes como Jacob Boehme, Nostradamus, Francis Bacon, y el Conde de St Germain. En lo personal el hecho de que Blake
haya librado la estricta aduana que Hall seguramente impuso para ser incluido en
esta exquisita selección, confirma que en él, como en pocos, se consumó el
matrimonio entre el mago y el artista (fenómeno honrado por todo genuino
practicante de la alquimia).
Su capacidad para acceder a ‘otros’ mundos labró
en Blake la épica misión de fungir como el mensajero del amanecer de una nueva
era, la cual se sustentaba en la posibilidad de la regeneración espiritual como
un ejercicio accesible para todo hombre que estuviese dispuesto a ver las cosas
como realmente son, esencialmente divinas. El haber interpretado así sus
visiones intensificó su sublime producción artística y favorecería un estilo de
vida inmerso en latitudes regidas por una especie de ética cósmica que
manifestaría en cada una de sus acciones –la congruencia expresada en su máximo
esplendor.
Otro rasgo propio de los grandes maestros y que
podemos ubicar en Blake es la pureza que rigió su relación con la naturaleza, el
cuerpo de la divinidad. Para él, la observación de los ritmos y patrones que
emergían del anima mundi, de la natura, servían como un mapa para descifrar las
unidades más profundas del conocimiento. Su intimidad con la natura quedó
inmortalizada en frases tan hermosas como aquella que advierte que “grandes
cosas suceden cuando los hombres y las montañas se encuentran”.
En el epicentro de la metafísica Blakeana
encontramos una figura central de nombre Albion (estrechamente ligada al
anthropos de los Gnósticos). Este gran Ser, del cual “la Naturaleza es
su Cuerpo, y Dios su Alma” corresponde a la noción del hombre arquetípico que
advertía Platón. Es la materia que se manifiesta en un cuenco, pero a la vez el
vacío. Es la flor que emerge, pero a la vez la tierra de la cual se alimenta y
el cielo al que apunta. Es el Gran Hombre al cual refiere el Zohar, es el hombre
que replica el Universo, que sintetiza la humanidad completa, el enlazador del
micro y el macrocosmos.
En el momento en que Albion extravía un fragmento
de su autoconciencia como un ser eterno e infinito, entonces aparece la división
(simultáneamente la ilusión y el desastre). Con esta fragmentación la Unidad se
olvida a sí misma, y el gran ser pierde coherencia. Este acto de ruptura se
expresa en el brahamanismo místico bajo la afirmación de que el Ser Universal
contiene una potencial polaridad, la cual al ser activada le induce en un sueño
divisorio. La equivalencia terrenal de este fenómeno vendría siendo el momento
en el cual el hombre se convierte en esclavo. Esta esclavitud no solo implica el
control físico de su cuerpo sino el control mental, dinámica en la cual el
miedo, actúa como protagonista.
En su libro antes citado, Manly Hall expresa así
este proceso que involucra la aparición de los tiranos:
“El hombre común debe ser mantenido en un estado
de temor. Debe temer la vida, la muerte, a Dios, al Diablo, y a aquellos
maestros mortales que se han autoproclamado los guardianes de su destino”
De manera recurrente Blake nos alertó sobre estas
entidades que capitalizaban el miedo de los hombres. Desestimaba las verdades
infalibles que pregonaban las instituciones mundanas y advertía que aquellas
doctrinas que uno debía asumir sin cuestionar eran meros mecanismos de control.
Sin embargo, Albion puede ser despertado de su letargo al reintegrar su
naturaleza segmentada y retornar a la unidad original. Y precisamente a está
redención es al estado al que su obra nos invita –una reconexión con la
divinidad sin necesidad de intermediarios, en particular de instituciones. Si
bien este despertar puede ser llevado a cabo solo por la propia persona, con la
confianza de que estamos diseñados para reintegrarnos al todo, lo cierto es que
a través del arte el hombre puede purificar su naturaleza y retornar así al Edén
(una vez más remitiéndonos a la máxima alquímica). Y es aquí donde confirmamos
que Blake concebía su práctica artística como una herramienta esencialmente
mística, incluso de rebelión metafísica, que tenía como fin primario el fomentar
canales hacia la reintegración del hombre Albion.
Para aquellos a los que, aún después de leer los
párrafos anteriores, les resulta cuestionable la inclusión de Blake en esta
serie dedicada a Grandes Maestros del espíritu, resulta pertinente aclarar que
este excepcional personaje no solo tuvo acceso a ese pulso prístino de
sabiduría, el mismo que es anhelado por muchos (y que la mayoría no puede
siquiera concebir), sino que al acceder a ese improfanable jardín del
conocimiento se autoimpuso la más noble de las misiones humanas: compartir el
más preciado bien del cual disponía –y así servir de enlace entre ese y este
mundo. Cabe recordar que en distintas interpretaciones místicas los ángeles,
maestros ascendidos, u otras figuras del estilo, se caracterizan por, tras
haberse librado de la rueda del karma (ese loop existencial que retarda
nuestra eventual implosión hacia la unidad, estado conocido como iluminación),
regresan al plano de lo mundano para servir como facilitadores de la luz al
resto de las personas.
A fin de cuentas, más allá de cánones artísticos,
de análisis estilísticos, o de roles históricos, la obra de Blake es en sí una
herramienta evolutiva dispuesta a orientarnos hacia la integración definitiva
con el todo. Al referirnos a Blake podríamos hablar del gran artista que penetró
la eternidad etérea, sin embargo quizá fuese más acertado parafrasear al revés,
algo así como el gran místico que hallo en el arte su discurso predilecto. De
esta forma remarcaríamos que si bien la fama le llegó por medio de su labor en
las letras y la pintura, lo cierto es que Blake fue, antes que cualquier otra
cosa, un sabio avocado a refinar nuestro sentido de lo divino, con el fin de
acercarnos a nuestra respectiva emancipación.
Twitter del autor: @paradoxeparadis / Lucio Montlune
- Publicación: 17/06/2012 8:33 pm
- Autor: Lucio Montlune
FUENTE: http://pijamasurf.com/2012/06/grandes-maestros-del-espiritu-william-blake/
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Namasté