A los humanos nos encanta buscar explicaciones para todo lo que sucede a nuestro alrededor e incluso para lo que nos ocurre a nosotros mismos.
Así, en nuestra vida diaria, no nos resulta demasiado difícil hacer nuestras propias predicciones e inferencias sobre aquello que nos llama la atención: “la tienda cerró porque no vendía lo suficiente”, “el anciano tropezó porque iba distraído”, “he suspendido porque me han preguntado lo más difícil”, etc. Todo esto no son más que atribuciones que nosotros mismos hacemos a partir de nuestra experiencia previa y de nuestro propio raciocinio.
Sin embargo, al plantearnos este tipo de cosas, parecemos pasar por alto un detalle muy importante que en muchas ocasiones resulta intrínseco de los propios acontecimientos. Se trata del “para qué” de las cosas, más incluso que el “por qué”, algo que se hace más patente si cabe en los temas relativos a la salud mental. Veamos algunos ejemplos.
Vemos a una persona llorando. Rápidamente nos preguntamos, ¿por qué llora?, cuando en realidad quizá resultaría más interesante saber ¿para qué está llorando? Los humanos lloramos para comunicar a los demás que necesitamos ayuda o para expresar nuestro dolor. En el caso de que no fuera ese el objetivo, con sentirnos tristes por dentro sería suficiente, ¿no? Lloramos para algo.
Otro ejemplo. Tras haber tenido malas experiencias al volante, alguien decide no volver a coger el coche. Por mucho que le insistamos, nos dice que no quiere conducir, que le ha cogido miedo. A raíz de ahí siempre decide tomar el autobús. ¿Para qué tiene esta persona fobia a conducir? ¿Qué busca con ello?
El último, un poco más profundo. Un niño pequeño comienza a tener pesadillas desde que comienza a dormir sólo. Al tenerlas y estar tremendamente asustado, su madre se va un ratito con él todas las noches antes de dormir y le lee un cuento. ¿Para qué aparecieron las pesadillas?
Esto son sólo algunos ejemplos que ilustran las motivaciones humanas. Aunque ni nosotros mismos nos demos cuenta, pues muchas de ellas son inconscientes, siempre existe un motivo final que dirige nuestro mundo interno. Desde una depresión, hasta un trastorno de estrés postraumático, todos los trastornos cumplen una función, nos sirven para algo. Con la primera de ellas quizá tratemos de evitar enfrentarnos a situaciones o problemas para los cuales no nos vemos preparados; y por medio del segundo es posible que tratemos de reelaborar insistentemente un acontecimiento que nos resulta inexplicable con el fin de encontrarle un significado.
En el caso de las pesadillas del chico del ejemplo anterior, quizá pueda resultar atrevido el plantear que “se provocó a él mismo las pesadillas para evitar el miedo que le producía el dormir sólo”. Sin embargo, resulta muy frecuente que sucedan este tipo de cosas aún a pesar de quedar fuera de nuestro control voluntario. Muchos quedaríamos sorprendidos al ver el verdadero sentido de muchos comportamientos y de ver cómo nuestro cerebro se las ingenia para “no sufrir”.
Acabo con otro ejemplo. Es posible que alguien padezca desde hace años de agorafobia. Afirma pasarlo muy mal con tan sólo salir de casa e ir a comprar a la tienda de al lado, por lo que lleva meses recluido en casa con tal de no experimentar estas situaciones. ¿Para qué tiene esta persona este trastorno? ¿Podemos ser “responsables” casi sin darnos cuenta de nuestros propios problemas en la medida en la que satisfacen una necesidad que consiste en evitar el dolor o en obtener placer?
Se admiten opiniones…
FUENTE: http://www.somospsico.com/
Así, en nuestra vida diaria, no nos resulta demasiado difícil hacer nuestras propias predicciones e inferencias sobre aquello que nos llama la atención: “la tienda cerró porque no vendía lo suficiente”, “el anciano tropezó porque iba distraído”, “he suspendido porque me han preguntado lo más difícil”, etc. Todo esto no son más que atribuciones que nosotros mismos hacemos a partir de nuestra experiencia previa y de nuestro propio raciocinio.
Sin embargo, al plantearnos este tipo de cosas, parecemos pasar por alto un detalle muy importante que en muchas ocasiones resulta intrínseco de los propios acontecimientos. Se trata del “para qué” de las cosas, más incluso que el “por qué”, algo que se hace más patente si cabe en los temas relativos a la salud mental. Veamos algunos ejemplos.
Vemos a una persona llorando. Rápidamente nos preguntamos, ¿por qué llora?, cuando en realidad quizá resultaría más interesante saber ¿para qué está llorando? Los humanos lloramos para comunicar a los demás que necesitamos ayuda o para expresar nuestro dolor. En el caso de que no fuera ese el objetivo, con sentirnos tristes por dentro sería suficiente, ¿no? Lloramos para algo.
Otro ejemplo. Tras haber tenido malas experiencias al volante, alguien decide no volver a coger el coche. Por mucho que le insistamos, nos dice que no quiere conducir, que le ha cogido miedo. A raíz de ahí siempre decide tomar el autobús. ¿Para qué tiene esta persona fobia a conducir? ¿Qué busca con ello?
El último, un poco más profundo. Un niño pequeño comienza a tener pesadillas desde que comienza a dormir sólo. Al tenerlas y estar tremendamente asustado, su madre se va un ratito con él todas las noches antes de dormir y le lee un cuento. ¿Para qué aparecieron las pesadillas?
Esto son sólo algunos ejemplos que ilustran las motivaciones humanas. Aunque ni nosotros mismos nos demos cuenta, pues muchas de ellas son inconscientes, siempre existe un motivo final que dirige nuestro mundo interno. Desde una depresión, hasta un trastorno de estrés postraumático, todos los trastornos cumplen una función, nos sirven para algo. Con la primera de ellas quizá tratemos de evitar enfrentarnos a situaciones o problemas para los cuales no nos vemos preparados; y por medio del segundo es posible que tratemos de reelaborar insistentemente un acontecimiento que nos resulta inexplicable con el fin de encontrarle un significado.
En el caso de las pesadillas del chico del ejemplo anterior, quizá pueda resultar atrevido el plantear que “se provocó a él mismo las pesadillas para evitar el miedo que le producía el dormir sólo”. Sin embargo, resulta muy frecuente que sucedan este tipo de cosas aún a pesar de quedar fuera de nuestro control voluntario. Muchos quedaríamos sorprendidos al ver el verdadero sentido de muchos comportamientos y de ver cómo nuestro cerebro se las ingenia para “no sufrir”.
Acabo con otro ejemplo. Es posible que alguien padezca desde hace años de agorafobia. Afirma pasarlo muy mal con tan sólo salir de casa e ir a comprar a la tienda de al lado, por lo que lleva meses recluido en casa con tal de no experimentar estas situaciones. ¿Para qué tiene esta persona este trastorno? ¿Podemos ser “responsables” casi sin darnos cuenta de nuestros propios problemas en la medida en la que satisfacen una necesidad que consiste en evitar el dolor o en obtener placer?
Se admiten opiniones…
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Namasté