La entrega que analiza los superhéroes de la cultura pop
desde la psicología arquetipal de Jung, cierra abriendo las puertas del panteón:
los antiguos dioses persisten en nosotros, son parte de nuestra propia, psique,
puente con el origen.
Hombres y mujeres con poderes sobrenaturales y
estrambóticas vestimentas… ¿no nos hemos elevado ya, o deberíamos elevarnos de
una vez, por encima de estos ingenuos sueños infantiles? ¿No son acaso símbolos
del imperialismo mítico con el que el gran país del norte, luego de colonizar
nuestras economías, quiere colonizar nuestra imaginación, importándonos sus
ídolos? ¿No hemos madurado o deberíamos madurar de una vez para afrontar
nuestras condiciones existenciales sin la necesidad de seguir bebiendo de iconos
extranjeros de capas y colores gastados? ¿No son acaso más que productos en la
estantería del mercado, numerosos ejemplos de la decadencia de nuestra propia
cultura? ¿Tenemos derecho aún de disfrutar, identificarnos, sentirnos
enriquecidos o conmovidos por cualquier cosa que salga de una mitología como
esta?
Superhéroes. Hoy en día, todavía.
¿Para qué necesitamos esta
fantasía?
Las cinco partes precedentes que componen este análisis
constituyen un intento de pensar estas producciones culturales desde una
perspectiva diferente de la que han sido pensadas habitualmente. De pensarlas no
sólo en su traducción –a veces forzada, casi siempre reduccionista- en términos
políticos e imperialistas. Considerarlas no sólo en sus rasgos meramente locales
(norteamericanos) ni como producciones meramente personales de sus autores, ni
tampoco como mecanismos meramente deliberados de control ideológico o imposición
cultural. Sin negar la realidad e importancia de estas lecturas, plantear, de
ser posible, una perspectiva más profunda. Verlas, más bien, como
manifestaciones paradigmáticas de una época (la posmodernidad despojada de
mitos) y de una cultura colectiva que, trascendiendo los límites de EEUU y de
America, podríamos identificar más ampliamente como la de las sociedades
industriales contemporáneas. La concepción jungiana de los arquetipos
universales y el concepto de símbolo -en tanto representación surgida de un
inconsciente personal y colectivo- nos ha servido de lámpara hermética para
recorrer este camino, y creemos haber abierto un paisaje de su expresión en esta
particular manifestación popular de la imaginación de nuestra época.
Desde el punto de vista de la psicología
arquetipal, podría decirse que toda la historia de la especie humana puede ser
pensada a partir de las relaciones que esta ha establecido con sus fantasías. Es
decir, con sus símbolos arquetípicos, con sus
dioses. Desde la antigüedad más remota la humanidad ha contemplado
el mundo como poblado de dioses: figuras sobrehumanas que personifican fuerzas o
atributos universales. Esas manifestaciones del folklore universal que la
modernidad ha llamado “mitos” no son otra cosa que sus
historias vivientes, el
registro extraordinario de sus hechos.
Y como hemos visto, desde el punto de vista de la psicología arquetipal,
existe en estos relatos míticos un valor simbólico – no literal – que
constituye un alimento indispensable para la cultura. “Para nosotros es difícil
creer en la realidad de los dioses, héroes y heroínas del mito porque damos muy
poco crédito a la realidad metafórica. Al llamar a los dioses “arquetipos” Jung
confiaba en volverlos aceptables para la mentalidad científica. De este modo,
corría el riesgo de hacernos olvidar que los dioses no se manifiestan en
abstracciones. Llegan a nosotros en imágenes concretas de sueños e
imaginaciones, como personas o símbolos personificados. Todo lo que sabemos,
dirá Jung “es que sin ellos parecemos incapaces de imaginar… Si nosotros los
inventamos, lo hacemos según los modelos que ellos nos dictan” (Harpur, El
Fuego Secreto de los Filósofos, 2002).
En sus Olimpos posmodernos, los superhéroes o
nuevos dioses kyrbinianos reencarnan a los inagotables arquetipos de lo
inconsciente en una nueva y compleja mitología. Pues es en los imaginarios e
inagotables territorios de la fantasía en donde la psique revela simbólicamente
su multifacética naturaleza arquetipal.
Como Jung señaló: “Si usted está en busca del alma, vaya en
primer lugar a las imágenes de su fantasía, pues así es como la psique se
presenta directamente”. No debemos ver nuestras ficciones fantásticas
simplemente como recreaciones conscientes de los mitos clásicos ni relatos
posmodernos que beben de la nostalgia de las viejas mitologías, son de hecho
nuestros mitos, están hablando de nuestro mundo interior colectivo, son
expresiones vitales del alma de nuestra cultura. Los mundos simbólicos de la
ficción fantástica, lo más cercano a los sueños que nuestra imaginación
consciente es capaz de producir, son el reino en el que los arquetipos se
representan ante nuestra consciencia de manera más clara, en el que los
dioses asumen personalidades y expresan sus dramáticas relaciones en
todo su esplendor numinoso. A través de nuestras fantasías, los arquetipos
emergen.
En todas las mitologías patriarcales, que tienen
al héroe y al soberano como centro de la cultura, los dioses son héroes
deificados, héroes que han sido elevados a una condición divina, y habitan, en
su consagrada majestad, sobre el reino secular de los hombres. Con una nueva
lógica, nuevos valores, pero manteniendo el fecundo y prolífico politeísmo de la
psique, las nuevas formas arquetipales de los dioses están presentes en la
polifacética mitología de los superhéroes. Nuestros superhéroes no son otra cosa
que los héroes divinizados de la última mitología de Occidente. Apolo aún se
eleva, brillante con el Sol, y esparce la justicia desde las alturas
celestiales, o protege nuestra galaxia con la “llama verde” de su luminosa
voluntad. Hades sigue reinando sobre su inframundo, oscuro y solitario, desde
las entradas cavernosas de la tierra, esparciendo la venganza de las Erinias
sobre calles sombrías y sin esperanza. Thor aún golpea con su trueno y
desintegra con un rayo las sombras enemigas de la noche. Hefesto sigue creando
maravillosos artefactos, y vuela sobre los cielos en una armadura invulnerable:
su poder divino se ha convertido en el inagotable poder de la tecnología.
Poseidón es aún es el señor de los océanos, y su imperio se extiende por los
siete mares. La sabiduría y la fortaleza femenina de Atenea vive ahora en una
poderosa guerrera amazona. Váli, el del arco perfecto, aún dispara sus miles de
flechas. Ares y los poderosos titanes habitan en la furia brutal y en la
violencia telúrica e incontenible de un científico mutado por rayos gamma.
Hermes sigue siendo el más veloz de entre los dioses…
Estos llamativos ejemplos ilustran menos como las divinidades de
las antiguas mitologías de Occidente viven disfrazadas en nuestras fantasías
postmodernas antes que como nuestra imaginación colectiva trabaja desde lo
profundo reimaginando y reelaborando sus símbolos arquetipales. Si algo nos
enseñó la psicología junguiana ha sido a no confundir los símbolos con los
arquetipos. Porque los dioses que podemos imaginar y representarnos no son los
arquetipos en sí mismos, sino sus imágenes. Imágenes simbólicas,
representaciones culturales de las estructuras arquetipales de la psique
fraguadas en el espíritu de nuestro tiempo sobre el espíritu de todos los
tiempos que lo precedieron. Son, de hecho, una imagen viva de nuestra psique
colectiva, en el sentido más profundo de la expresión. Pero, en fin, ¿qué puede
decirnos está mitología de nuestra cultura, de nuestro tiempo, de nuestra alma
contemporánea?
En primer lugar, nos dice que los héroes no
están muertos. Que el arquetipo del héroe aún es relevante para nosotros. Nos
dice que su numinosa luz aún está viva en nuestra imaginación, que su idealismo
resuena todavía en nuestra consciencia posmoderna y sigue siendo significativo
para nosotros. Aún ahora, en esta era de desconcierto y desorientación moral y
filosófica, carente de ideales absolutos, en crisis con todos sus valores y
estructuras sociales, tambaleante entre un cinismo pesimista y un individualismo
superficial elevado a los cielos, en fragmentación (o vertiginoso
redescubrimiento) de su propio suelo ontológico, y en carencia de una causa o
motivo común y colectivo que la unifique en una dirección trascendente más allá
del narcisismo consumista e insaciable en el que ha colapsado y que rápidamente
la devora a si misma, precipitándola a su propia extinción. Aún ahora.
O especialmente ahora. Justamente ahora.
A la luz de esta exploración simbólica que hemos realizado,
podríamos entonces volver a pensar en las intuitivas palabras del cineasta
Guillermo del Toro: “El mundo necesita la mitología de los superhéroes…
El péndulo de la fantasía va muy ligado al de la realidad. En los tiempos más
duros, con las realidades sociales más brutales, surgen nuevas fantasías, y éste
es uno de esos momentos. Este es un período política y humanamente muy
desconcertante, en el que se ha producido un serio retroceso en la línea ética
de la humanidad como especie y se requiere de un replanteamiento de la
existencia en términos heroicos… la necesidad de crear ficción en un mundo que
progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en
las cosas abstractas y sólo en lo material y en lo inmediato”.
Existen dos modos principales, a mi parecer, de
entender estas mitologías superheróicas, que pueden verse en realidad como la
cara pesimista u optimista del mismo fenómeno. El primero es como compensación:
los héroes de nuestras fantasías representan la falta de heroísmo e ideales de
nuestra actitud consciente. Consumimos héroes para vivir en nuestras fantasías
lo que no nos atrevemos a llevar a cabo en la vida “real”.
Pero el segundo modo de entenderlas es opuesto y
a la vez complementario al primero. Radica en contemplar las imágenes de nuestra
fantasía como símbolos necesarios que resuenan en nuestra consciencia para
inspirarnos hacia nuestro futuro desarrollo. “Las imágenes idealistas pueden
ser útiles si
se utilizan adecuadamente… Una manera adecuada de utilizar los
ideales es verlos no sólo como metas que deben ser alcanzadas sino cómo imágenes
que nos guían o visiones que proporcionan señales y direcciones para nuestras
vidas y decisiones. Tales símbolos nos atraen para actualizarlos y actualizarnos
a nosotros mismos… Satisfacer esta demanda puede ser profundamente gratificante.
No responder a ella puede resultar no solo en una falta de crecimiento, sino en
una especie particular de sufrimiento psicológico, una especie de sufrimiento
que a veces sigue sin ser reconocido… El psicólogo humanista Abraham Maslow las
llamó “metapatologías”, describiendo ejemplos como la enajenación, la falta de
sentido y el cinismo, así como diversas crisis existenciales, filosóficas,
religiosas. Estos constituyen los mismos síntomas que han infestado de manera
creciente a las sociedades occidentales en las últimas décadas.” (Roger Walsh,
“Human Survival & Consciousness Evolution”, 1994).
A lo largo de los artículos precedentes he
intentado introducir una mirada sobre los relatos de superhéroes que sea capaz
de tender un puente entre estos y todas mitologías heroicas de la antigüedad. La
psicología arquetipal, a mi parecer, nos provee de una llave hermenéutica que
permite explorar nuestras fantasías imaginativas desde un punto de vista más
profundo y más amplio, ayudándonos a tender ese puente hacia el otro lado.
Porque es ese puente el que vincula los sueños y las fantasías fascinantes de
nuestra imaginación posmoderna con los sueños y las fantasías que fascinaron la
imaginación de todas las humanidades que nos precedieron. Es el puente que nos
une al reconocimiento de la importancia simbólica que estos sueños y fantasías
han tenido y tienen todavía hoy para nosotros. En otras palabras, es el puente
que nos une a nuestra propia alma.
- Autor: Christian Bronstein
- Publicación: 31/08/2012 3:13 pm
FUENTE: http://pijamasurf.com/2012/08/superheroes-mitologia-moderna-ultima-parte-el-retorno-de-los-dioses/
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